
Con seis décadas de democracia siempre perfectible, aunque nunca perfecta, República Dominicana pudo jactarse en la región latinoamericana de tener una de las más longevas tradiciones electorales generales competitivas y de paso también una de las más participativas. Sin necesidad de establecer obligatoriedad con pena de sanción, los dominicanos acudían a las urnas en números considerablemente superiores a aquellos de nuestros vecinos con características similares. Para ponerlo un poco en contexto, entre los años 2000 y 2018, México promedió participación 62.25%; de 1998 a 2018, en Colombia el promedio fue 47.64%; Guatemala de 1999 a 2019 tuvo 62%; Honduras de 2001 a 2017 fue 57.3%; El Salvador de 1999 a 2019 alcanzó 55.21% y Costa Rica, que es la democracia más duradera de todo el vecindario, entre 1998 y 2018 llegó a 67.89%.
En cambio, desde el año 2000 hasta 2016, los dominicanos acudimos a las urnas en un imponente 72% de promedio con relación al padrón, únicamente superados por los panameños con un 75.36% en ese trayecto de tiempo. Francamente excepcional en nuestro hemisferio y pocas veces valorado en su justa dimensión, pero ya llevamos dos elecciones consecutivas que nos han alejado de esa corona. En 2020, la sabiduría convencional apuntaba a que el decepcionante 55.29% se debía al contexto apocalíptico generado por la pandemia del COVID-19, pero ahora 2024 nos lleva a preguntarnos si se trata de una especie de nueva normalidad puesto que la participación general fue 54.37%.
Estos resultados han dado nueva vigencia a la discusión sobre la implementación del voto obligatorio en nuestro país como posible antídoto a la innegable caída de participación electoral. No es la primera vez que dicha propuesta encuentra eco público, tomando en cuenta que en otros momentos tanto legisladores como doctrinarios planteaban su idoneidad para disminuir el costo prohibitivo de la movilización en el “Día D”. Puesto de manera llana, se creía y todavía hay razón para pensar que la obligatoriedad significa un inevitable cambio de cultura política en que la compraventa directa de votos tiene menor presencia ya que debilita el acarreo.
Dicha tesis sigue siendo una de las principales que esbozan actores con asientos en nuestro Congreso Nacional bicameral, reaccionando al creciente presupuesto destinado al traslado de votantes de un lado a otro. Ahora, el debate incluye el componente de la abstención que como hemos establecido, históricamente no fue un problema real desde la perspectiva regional para los dominicanos. Todavía es muy temprano para llegar a conclusiones sobre qué fue exactamente lo que causó un cambio como el de nuestro reciente torneo electoral, pero según las hipótesis disponibles, podemos evaluar potenciales efectos de la obligatoriedad como respuesta.
De antemano, sería recomendable segregar la votación en el territorio nacional de aquélla en el exterior que siempre tendrá sus propias particularidades. 863,785 dominicanos componían el padrón de la diáspora este año, equivalente al 10.3% del total y que tuvo como resultado una descomunal abstención de 81%. Esto merece otro análisis sobre facilidades para ejercer el voto, puesto que la obligatoriedad para quien no vive bajo nuestra jurisdicción carece de lógica.
Con relación a las 7,281,763 personas empadronadas en el territorio, la participación fue 59%, bastante mejor, pero igual 10 puntos por debajo del año 2016 cuando fue 69.60%. Una de las teorías es que cada vez más personas mantienen su Cédula de Identidad y Electoral con registro en su comunidad de nacimiento o residencia previa puesto que trae un sentido emotivo de pertenencia. “Yo soy serie tal …” Es una expresión escuchada por todo el país a la hora de expresar orgullo por el pueblo donde las personas han pasado años formativos de su vida. Aunque ya no pasen mucho tiempo ahí, el número en el documento oficial les permite una ilusión de cercanía que no querrán romper por el ejercicio del voto.
Los cambios económicos hacen cada vez más frecuente que las personas tengan que desplazarse internamente en el país. Eso puede distorsionar el padrón y traer como resultado que quienes por la razón que fuera no logren trasladarse a su comunidad de origen, se inflen los números abstencionistas. El voto obligatorio por naturaleza traería una sincerización del padrón ya que, por razones administrativas, no sería recomendable una cédula de un lugar donde no haces vida. Esto no atiende de inmediato los flujos migratorios hacia el exterior que también significan padrones irreales, pero de forma un poco más lenta si contribuye con una mejor depuración al establecer quienes no acuden porque residen en el exterior, hipótesis muy presente en plazas como Peravia (afectada de “La Vuelta”) y Santiago (alta proporción de doble ciudadanos).
Otra teoría muy repetida en este mes postelectoral es que la falta de competencia desmotivó potenciales votantes de un oficialismo que se vio ganado temprano y una oposición que se rindió también con antelación. Eso es más difícil de determinar en números ya que se trata de un análisis más bien psicológico, pero de ser cierto, también podría ser atendido por la obligatoriedad de voto pues ya las candidaturas no tendrían que motivar emocional o económicamente a ir a las urnas, sino más bien competir por el apoyo de quienes de todas formas ejercer el sufragio.
Un elefante en la habitación es la posibilidad de que nos encontremos ante una creciente desconexión con el sistema político vigente y que una ciudadanía desilusionada se está quedando en casa como muestra de indiferencia o rechazo. Por las obvias complejidades que trae esa premisa, no podemos evaluarlo en este artículo, pero la obligatoriedad del voto con habilitación de casilla “Ninguno de los anteriores” o voto en blanco con efectos legales le daría poder a esa posible franja de incidir en el resultado de forma cuantificable. Ahora mismo, la abstención puede deberse a cualquier cosa o todas las cosas, pero un voto de esta naturaleza, es decir, para nadie y contado como opción vinculante, es una herramienta de gran influencia.
Como ejemplo, si tomando esto en cuenta modificamos nuestro sistema de doble vuelta para que el umbral necesario sea el 50% más 1 de los votos emitidos en vez de válidos, entonces esa ciudadanía podría inclinar la balanza, obligando a balotaje si no es convencida por las candidaturas participantes. En 2012, el presidente dominicano fue electo con 51.21% de válidos, por lo que hubiese bastado poco más de un punto porcentual para llevar a segunda vuelta.
En años recientes, el otro país que ha visto seriamente esta discusión es Chile que pasó de registro voluntario con participación obligatoria a registro automático con votación voluntaria y desde 2022 es registro automático ahora con votación obligatoria. Entre 2013-2021 tuvo cuatro elecciones generales, dos municipales, una gubernatorial, un referendo y una para asamblea constituyente. En cada una, la participación iba cayendo de forma vergonzosa, llegando incluso a 19.62% en la segunda vuelta para las gobernaciones de 2021.
De 2022 a la fecha ha tenido dos referendos y una asamblea constituyente con participación promedio de 85% del padrón. Eso significa más de 35 puntos por encima del promedio que tenían en la época del voto voluntario, cifra que habla por sí sola. A finales de este año tiene cita electoral municipal y probablemente participen el doble del 42% que eligió alcaldías así como consejos en 2021.
En ningún momento a través de este artículo se busca decir que un sistema sea bueno y otro sea malo pues todo depende. Lo que sí resulta de gran importancia es guiar la conversación hacia premisas que permitan ver el recuadro completo, dejando de lado el postureo moralista que en el pasado hizo tanto daño con reformas realmente inservibles. Si la discusión gira en torno a cuál es el sistema superior con un tinte de consigna justiciera, entonces probablemente nos quedaremos con la frustración de no ver los resultados deseados. Sería entonces el mismo zigzagueo ridículo que hemos visto con el modelo de reelección o la unificación-separación de elecciones. Es recomendable ver con escepticismo cualquier propuesta que se presente como lo más lógico pues aunque quisiéramos sentirnos que somos tan inteligentes que vemos fácilmente lo que otros no perciben, la realidad es mucho más compleja que eso.
Al ver escenarios, aquí resumidos por razones de espacio, podemos profundizar sobre una o varias alternativas. Recordando que se trata de algo sistémico y no necesariamente quien se quedó en casa es tu elector ni es la persona con el mayor criterio independiente pues muy bien puede pasar que este era el más extremista. Idealizar lo que desconocemos es un lindo romanticismo, pero en la práctica política, viene con sorpresas impensadas.
La única conclusión innegable aquí es que hubo una caída de la cual debemos levantarnos y eso lo haremos con una sustanciosa así como abarcadora conversación nacional representativa.
Lo que dice la gente