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¿Cómo se elige un candidato? 

¿Cómo se elige un candidato? 

Pese a que la Junta Central Electoral solicitó a los partidos respetar la normativa vigente sobre los tiempos en campañas electorales, es un hecho que la elección presidencial ya esta en juego y que los partidos han iniciado la carrera por definir estrategias, pero antes de salir a las calles, deben definir quien liderará esa carrera.

La democracia moderna entrega varias herramientas para que los partidos puedan hacer la elección del liderazgo que considere es la mejor opción para representar el proyecto que ofrecen al país, entre ellas están las encuestas, las elecciones primarias (abiertas y cerradas), convenciones y/o asambleas. Pero es importante señalar, que antes de elegir un candidato deben tener un proyecto que ofrecer, de lo contrario el vacío de contenido convertiría cualquiera de los ejercicios nombrados en acciones totalmente estériles y sin sentido. 

La primera opción que aparece como método para resolver este dilema, son las versátiles encuestas. Además de todos los cuestionamientos técnicos que se puedan hacer sobre ellas, hay que decir que tal vez la única información fidedigna que pueden entregar, es quien es el candidato más popular al momento de levantar la información. El problema radica en que un candidato presidencial debe tener la capacidad de liderar el proyecto político al que está aspirando, y debe construir ese mismo proyecto a través del trabajo político-partidario en el tiempo y en el territorio. 

Para dar un ejemplo, imaginemos un candidato presidencial que tenga años en la palestra pública, aunque realmente nunca haya logrado mucho en términos político-electorales, siempre ha tenido algo de visibilidad y eso lo pone en ventaja frente a otros liderazgos que vienen construyendo desde abajo y que pueden tener el apoyo de las bases militantes. La decisión a través de una encuesta invisibiliza el trabajo político de muchos militantes, frente a la visibilidad -sin liderazgo real- ganada en medios de comunicación a través del tiempo.

Otra opción son las primarias. Acá el primer dilema radica en si hacerlas abiertas o cerradas. Hacerlas cerradas tiene el peso comunicacional de no incluir a la ciudadanía en las decisiones partidarias, personalmente no veo nada malo en eso, pero explicarlo es confuso y podría tener consecuencias negativas para la candidatura. Si se decide llevar a cabo primarias abiertas, el éxito y el beneficio de ellas dependerá mucho de la capacidad de convocatoria que tenga el partido más allá de sus filas, por eso implica un gran riesgo. 

Una tercera opción son las vilipendiadas asambleas políticas, de delegados, convenciones o lo que sea que haya elegido un partido político para organizarse. En el fondo, esta tercera opción es una vuelta a hacer política. Se trata de generar discusión interna, se trata de reunir fuerzas y liderar desde dentro un proyecto político, más que una campaña cada cuatro años. 

Al final, no es cierto que las elecciones -en cualquier modalidad- generan por si solas más democracia. Lo que permite y fomenta la democracia son las discusiones y competencias en igualdad de condiciones, la búsqueda de acuerdos al interior de un conglomerado, las alianzas con fuerzas extra partidarias y el respeto por los liderazgos que se construyen desde el territorio.

La profundidad con la que se trabaja en un proyecto político y por un proyecto político, no debiera verse sometida a la liviandad de una encuesta. Los partidos debiesen elegir sus candidaturas y liderazgos a través de la profundización del trabajo político, de la conversación y el convencimiento. Solo así los proyectos se pueden hacer sólidos para llegar a tener un grado madurez que les permitan competir con reales posibilidades de alcanzar puestos de poder y toma de decisión.

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