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En defensa de la juventud dominicana

En defensa de la juventud dominicana

El próximo 31 de enero, como cada año, la República Dominicana celebra el Día Nacional de la Juventud. Esta ocasión suele atraer especial interés por parte de la opinión pública de, en cierta forma, pasar revista sobre ‘‘la juventud de ahora’’. No obstante, este ejercicio no es exclusivo de la ocasión ni de los medios de comunicación. Por el contrario, comentarios sobre ‘‘la juventud de ahora’’, en su gran mayoría poco optimistas, se escuchan durante todo el año y en prácticamente todos los contextos imaginables. En este escrito, en defensa de la juventud dominicana, llamo la atención sobre las perniciosas y prevalentes prácticas que operan para estigmatizar a las nuevas generaciones, invisibilizar sus esfuerzos y limitar la libertad de las juventudes a ser jóvenes.

La forma en que se redactan algunas piezas periodísticas, las reacciones a ellas y en general el gran número de expresiones sobre la juventud de hoy, hace evidentemente preponderante un discurso social que pareciera afirmar que ‘‘la juventud va de mal en peor’’. Incluso cuando se destaca algún logro de relevancia nacional o internacional sobre alguna persona joven dominicana, es fácil observar lo que denomino ‘‘la narrativa de la excepción’’. La narrativa recurre a la especulación para de alguna forma justificar el logro de que se trate en un supuesto contexto o condiciones de la persona en cuestión que le separan del resto de la juventud dominicana. Por ejemplo, queda patente en comentarios tan cómicos como infundados e irracionales como: ‘‘ese seguro que nunca ha escuchado dembow’’ o ‘‘esa nunca ha salido a bailar’’. Otra línea de esta narrativa se observa en expresiones como ‘‘en eso es que debería estar la juventud’’ o ‘‘esa no se dejó llevar como la juventud de ahora’’, con lo que, claramente se intenta separar las pocas buenas manzanas del supuesto saco de estropeadas. En ambas vertientes, la narrativa instrumentaliza la notoriedad de ciertos logros de personas jóvenes en los que exhiben su talento, disciplina y compromiso para, irónicamente, reforzar la imagen negativa sobre el resto.

Debo admitir que no conozco con certeza las causas que dan a estas funestas prácticas. Podría especular sobre su origen y presentar dos hipótesis que estimo plausibles. La primera, que se origina en el mismo adultocentrismo rampante que permea todos los contextos sociales e institucionales como se evidencian en la política partidaria, las empresas, las academias, las organizaciones de la sociedad civil y la familia. La segunda, que la existencia de una negativa perspectiva sobre la juventud se origina en un trasfondo conservador y tradicionalista que en general busca plantear que ‘‘los tiempos de antes eran mejores’’, indistintamente del tema que se trate. Aún en la falta de claridad sobre las causas, lo que sí es claro que esta perspectiva no tiene base alguna y sus efectos no es motivar a la juventud sino hacerle un flaco servicio en el que, como resultado, se le estigmatiza, se invisibilizan sus logros y esfuerzos como grupo y se le limita a vivir esta etapa en sus propios términos generacionales.

No hay que hacer un ejercicio extenso para desmentir esta reiterada narrativa de que ‘‘la juventud va de mal en peor’’. Y no, tampoco hay que hablar de las personas jóvenes que adquieren cierta notoriedad por algún logro de relevancia nacional, no. Hablemos de las juventudes que pasan desapercibidas. La gran mayoría, esa que de forma disciplinada y resiliente trabaja todos los días por sus sueños a pesar de los obstáculos personales y familiares, así como las deficiencias sociales tan estructurales como históricas que condicionan su éxito. Hablo, por ejemplo, de las tantas personas jóvenes que salen a los grandes centros metropolitanos a prepararse y trabajar por falta de oportunidades en sus pueblos. A las juventudes que estudian y trabajan en una economía que no les da otra opción si quieren salir adelante. También me refiero a quienes ante falta de oportunidades, con increíble resolución se crean las propias. Y, por supuesto, me refiero a la gran cantidad de personas jóvenes que siguen llenando las universidades, que valorizan la educación y siguen haciendo todo lo que pueden con lo mucho o poco que tienen, a pesar de que supuestamente hemos comprado la idea del ‘‘inmediatismo’’, de que todo es fama en las redes y otros tantos cuentos.

No hay forma alguna de sostener que la mayoría de la juventud no estudia ni trabaja, que delinquen, que está menos comprometida con un mejor mañana o que sencillamente carece de visión. No. Por el contrario, lo que sí se puede evidenciar es una juventud mayoritariamente más abierta, más comprometida con los derechos humanos, con la sostenibilidad de nuestros recursos naturales y el cuidado del ambiente, con los animales y con la cosa pública. Es una juventud cada vez más consciente de cuestiones que antes eran tabú, como la salud mental o la necesidad de la educación sexual, y que es mucho más sensible a ideas tan esenciales como la igualdad entre los hombres y las mujeres. La narrativa no solo es infunda, sino que estigmatiza esta generación mientras invisibiliza sus esfuerzos, logros y bondades. Al mismo tiempo, esta quita responsabilidad a la sociedad y al Estado por los obstáculos y las deficiencias estructurales que enfrenta la juventud y que ciertamente empujan a un mínimo número a la criminalidad y al fracaso cuando estas resultan inexorables.

El discurso de que ‘‘la juventud va de mal en peor’’ también persigue limitar la libertad de las juventudes a ser jóvenes en nuestros propios términos generacionales. En ese sentido, el discurso sirve para justificar la imposición de un modelo de superioridad moral sobre lo que es aceptable o no, fundado en una añoranza de los tiempos pasados. Por ejemplo, en ese marco, las actividades de ocio de las juventudes, aquellas legítimas, legales, libérrimas y propias de esta etapa, son juzgadas con severidad desde la realidad de quienes ya agotaron esa etapa y de quienes, incluyendo jóvenes, quieren imponer a los demás sus ideas de lo que es aceptable o no hacer durante su propia juventud.

Por último, espero que este escrito llame a la reflexión sobre estas perniciosas narrativas y que como sociedad nos alejemos de estas prácticas para enfocarnos en trabajar para que sean más las juventudes que tengan garantizadas todas las condiciones para el éxito en vez de responsabilizarles a todas por un supuesto fracaso colectivo que ni siquiera existe. A las juventudes que me leen: sus esfuerzos no son en vano. Gracias por ese compromiso con las necesarias transformaciones que materializaremos durante nuestro tiempo. Ello, por sí solo, me hace sumamente orgulloso de ser parte de esta generación. Continuemos trabajando, colectiva y solidariamente por un mejor presente y futuro. ¡Les deseo un feliz día de la Juventud!

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