El nombre de la persona entrevistada fue cambiado para proteger su identidad.
Escrito por: Juan Carlos González Díaz
Es difícil hablar con calma del aborto. Para avanzar la conversación en casi cualquier espacio, es necesario saber manejar las llamas que encienden este tema. Pero hay lugares como República Dominicana donde discutirlo cuesta mucho más, porque además del tabú social también está penalizado bajo cualquier circunstancia.
En un contexto así Lucía Domínguez (33) no tiene mucha libertad para plantear sus ideas, más allá de los círculos de confianza y unos pocos espacios institucionales. Ella defiende el derecho al aborto voluntario basado en la autonomía sobre el propio cuerpo de las mujeres.
“Para muchas mujeres el aborto es la mejor elección frente a un embarazo que pone en riesgo sus deseos de estudiar, sus posibilidades de acceso a trabajo digno, las coloca en situación de mayor vulnerabilidad o implica vivir una maternidad forzosa”.
Lucía cree que el aborto en República Dominicana no se vive como se está discutiendo.“El aborto no es deseado. Nadie en su sano juicio se va a embarazar a la ligera para abortar. Es más bien una decisión que se toma en una contingencia. La situación que tienen las mujeres es la de un embarazo no deseado. No es que yo tenga deseos de abortar, es que yo no quiero continuar mi embarazo”.
El primero de sus abortos tuvo lugar cuando ella tenía 15 años. Estudiaba el bachillerato, tenía un novio del que estaba enamorada. Creyó que con el método del ritmo podía tener relaciones sin quedar embarazada. Al enterarse, supo enseguida que de continuar con el embarazo el proyecto de vida que ya imaginaba sufriría una importante limitación.
“Sabía que me iban a expulsar de la escuela porque eso era algo que ya había pasado con otras chicas. Mi novio era super joven, y ya me veía viviendo en casa de sus padres, haciendo oficio, con la distribución desigual de los cuidados, mantenida. Yo tenía otras aspiraciones”.
Lucía quería ir a la universidad, involucrarse en temas sociales y políticos. Por eso, el tiempo que pasó entre saber que sí estaba embarazada y decidir qué iba a hacer fue muy difícil para ella. Sin poder contarlo a su familia, el miedo consumía toda su energía.
“En ese tiempo sí había acceso a Internet, pero no como es hoy en día, donde puedes encontrar información de la Organización Mundial de la Salud de cuáles son los medicamentos y cómo se utilizan. Yo no sabía a quién acudir, no tenía información de ningún lugar donde pudieran asistirme. Cero ir al médico, no era una opción.”.
No había forma de satisfacer su necesidad de información sanitaria sin sufrir reprobación social. Lucía cuenta que su única opción era desahogarse con su amiga de confianza, que tenía aún menos conocimiento que ella. Fue su novio de ese entonces quien consiguió la información. Él también visitó la farmacia y pidió lo que pensaba servía para interrumpir el embarazo: “Al final funcionó pero con márgenes de riesgo muy altos porque no había acompañamiento médico”, comenta Domínguez.
En el barrio donde ella vivía se rumoraba sobre quienes empezaban a tener relaciones, quienes quedaban embarazadas, y quienes abortaban: “En ese momento era con yerbas, té de hoja de aguacate, tomar cosas amargas. En mi caso fue con misoprostol, y el lío era que mi pareja me explicaba cómo tenía que tomar las pastillas: que si eran 4, no que eran 8. La fuente de esta información era incierta, pero la única disponible”. Un estudio de Profamilia, realizado en 2017, confirma esta práctica.
República Dominicana es uno de los cinco países de América Latina, junto a El Salvador, Nicaragua, Haití y Honduras donde abortar está penalizado por el Estado en cualquier circunstancia. Lucía siente que este contexto de prohibición y criminalización hace que la elección de continuar el embarazo o interrumpirlo sea mucho más difícil.
La lucha por las tres causales
Desde el año 2002, gran parte del movimiento feminista dominicano exige formalmente al Estado la inclusión en el código penal de la posibilidad de interrumpir el embarazo en tres causales: 1) cuando el embarazo sea producto de una violación sexual o incesto, 2) si la vida de la mujer se encuentra en riesgo, o 3) cuando el feto presenta malformaciones congénitas incompatibles con la vida.
La lucha por las tres causales ha ocupado buena parte de la agenda de derechos de las mujeres en República Dominicana, en una discusión que también exige al Estado el acceso a métodos de contracepción, la reducción de los feminicidios, paridad y representatividad política, la inclusión en el currículo escolar de formación en salud sexual y reproductiva con perspectiva de género y, más recientemente, la eliminación del matrimonio infantil.
Sin embargo, la aplicación efectiva de políticas públicas que garanticen los derechos sexuales y reproductivos está tardando en llegar, quizás debido a la presión activa que ejerce buena parte de la élite eclesiástica sobre los programas curriculares con enfoque de género y las tímidas tentativas de algunos sectores del mismo Estado por avanzar.
Para Lucía, este dominio conservador ha calado en el movimiento feminista: “Aquí hay un discurso conservador muy fuerte sobre los derechos de las mujeres”, comenta. Las relaciones de poder son tan desiguales, piensa, que incluso los actores más progresistas se limitan. “Hay mucha autocensura a lo que se puede exigir o no”.
Según ella, “Si hablas de aborto voluntario tú eres una puta, estás en contra de la familia, quieres extinguir la humanidad”, con la consecuente andanada de acoso en redes sociales. “Pero también asumir la postura de aborto voluntario, cuando la apuesta del movimiento feminista han sido las (tres) causales es también posicionarte en el margen”.
Esto sucede, de acuerdo a su opinión, porque en la discusión pública sobre el tema se sigue contemplando la prohibición del aborto como norma y las tres causales como una forma de condescendencia.
Lucía cree que el deber del Estado es crear las condiciones para reducir los embarazos indeseados y que en el caso de que ocurran las mujeres puedan tomar una u otra decisión, sin sentirse más o menos culpables y sin ser penalizadas si deciden hacerlo.
El derecho a la autonomía del cuerpo
La mayoría de quienes se oponen al aborto creen que la vida comienza en la concepción, se fundamentan en la fe religiosa y, por lo tanto, opinan que el aborto está mal. Mientras quienes defienden el derecho a que cada mujer decida, apelan a la gradualidad del desarrollo embrionario, que implica que el embarazo es un proceso en el que la persona humana se va formando, y no que existe como tal desde el momento de la concepción, por lo que el aborto debería ser una opción legal para la mujer hasta las 12 semanas de gestación.
Aunque la palabra aborto no aparece en ninguna parte de la Biblia, por ejemplo, en el Génesis 24:7 dice que “Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Visto así, parece que Adán no se convirtió en un “ser vivo” hasta que pudo respirar. En República Dominicana los argumentos religiosos se han sobrepuesto a las demandas por la garantía de los derechos sexuales y reproductivos y a la interrupción del embarazo por causales.
Para Lucía, la posibilidad de interrumpir un embarazo no debería estar limitada por lo que digan otras personas en base a sus prácticas de fe, sino que se trata de una cuestión del derecho de cada mujer a decidir sobre su vida, salud y dignidad -incluidas en las tres causales-, pero sobretodo del derecho a la autonomía sobre el propio cuerpo, cuestión que ahora mismo está fuera de la discusión.
“Continuar el embarazo no era compatible con mi proyecto de vida. Ahora entiendo que no había actuado de la mejor manera posible para prevenirlo pero tampoco era que había sido totalmente irresponsable: con la información que tenía yo sentía que me estaba cuidando y pensaba que eran pocas las probabilidades de que me embarazara”. Además, recuerda que cuando buscó anticonceptivos en el centro de atención médica, fue atendida de forma muy hostil: “Me sentí juzgada y señalada”, recuerda.
Ya siendo adulta y habiendo tenido un hijo, usó otro método anticonceptivo que tampoco resultó ser efectivo: el MELA. En ese momento no había terminado la universidad, y también estaba con una pareja que no asumió su rol de cuidado. Esta vez, con mayor información y seguridad, interrumpió nuevamente ese embarazo.
La trascendencia de sus decisiones
Ante la insistencia por conocer cómo sopesó en su intimidad las decisiones de interrumpir esos dos embarazos, Lucía contesta: “Mi problema no era ser juzgada por Dios, sino por la gente. Es una práctica socialmente condenada en la sociedad a la que yo pertenezco”.
Aunque no fue su caso, Lucía piensa que algunas mujeres pueden sentir culpa por el hecho de abortar, pero de acuerdo a su experiencia y la de otras mujeres que conoce, lo más difícil es tomar la decisión: “Ojalá y no hubiera estado embarazada pero lo estuve, accioné y me siento aliviada”.
Durante su niñez y parte de la adolescencia, Lucía intentó sentir fe participando en las iglesias católica y protestante: “la iglesia evangélica tiene unos mambos durísimos”, recuerda con una sonrisa. Pero no funcionó: “Hice un esfuerzo de conectar con una fuerza divina, y por un tiempo hacía unas oraciones muy sentidas, tratando de hacer esa conexión. Luego pensé en una deidad sin sexo, de hablarle a una diosa, a un dios, pero no conecté por ahí”.
Hoy se identifica como una persona no creyente. Dice que prefiere vivir con la duda. Y mientras tanto, ella continúa desempeñándose en la profesión que eligió, cercana al movimiento feminista local y regional, criando a su hijo adolescente en una solidaria comunidad conformada por amigas y familiares.
“Mi iglesia son mis amigas porque la iglesia es comunidad, la iglesia es reflexión, la iglesia es crecimiento como persona y yo encuentro eso en mis amigas y mi familia. Por eso siento que no tengo ningún vacío espiritual: vivo la trascendencia en mis relaciones de amistad”.
Lo que dice la gente