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Lilliam y el culto a San Juan: un puente caribeño para cruzar

Lilliam y el culto a San Juan: un puente caribeño para cruzar

En República Dominicana viven más de 121 mil personas venezolanas. Una de ellas es Lilliam Frías, quien vuelve al escenario para celebrar al santo más fiestero junto al país que la recibe y con el sinsabor de lo que quedó atrás.

En el camerino, tres imágenes de San Juan Bautista comparten la mesa. Una la trajo Confesor, líder de la agrupación dominicana La Sarandunga de Baní; la otra pertenece a Lilliam, cantante y líder de La Parranda venezolana que lleva su nombre. La tercera es de Lenin, uno de los percusionistas de La Parranda.

Los sanjuanes listos para la fiesta en su honor. (Juan Carlos González/ACNUR)

Las tres imágenes miran con rostro amable a los presentes. Las dos agrupaciones musicales están contentas porque hoy se cantará y se bailará en honor al santo patrón más fiestero del santoral.

La tradición de San Juan Bautista proviene de la adaptación cristiana que celebra con fiestas, cantos y bailes la llegada del solsticio de verano. Cada 24 de junio San Juan cumple años. Es patrón de muchas ciudades y pueblos de América Latina y el Caribe que llevan su nombre.   

Confesor González está emocionado por reencontrarse con esta tradición que le une a Venezuela. Durante diez años consecutivos La Sarandunga de Baní visitó Naguanagua, ciudad ubicada en el centro del país suramericano, para celebrar las fiestas de San Juan. Hoy se presentan con La Parranda por primera vez en Santo Domingo: “Es un orgullo compartir con una agrupación de Venezuela, recibimos a nuestros hermanos”, comentó. 

Integrantes de La Sarandunga de Baní visitaron durante una década Venezuela para celebrar a San Juan. (Fran Afonso/ACNUR).

La relación histórica entre República Dominicana y Venezuela data de la época colonial, aunque el contacto entre las dos geografías se remonta a tiempos precolombinos. Solo en el siglo veinte, la antropóloga Amanda Castillo estima que más de 60 mil dominicanos emigraron a Venezuela escapando de dictaduras o persiguiendo el “sueño venezolano”. En la actualidad, la Plataforma Interagencial de Respuesta a los Venezolanos (R4V) calcula que más de 121 mil personas venezolanas viven en este país caribeño, que comparte isla con Haití.

Lilliam Coromoto del Valle Frías Acosta es una de esas personas. Nació al filo de la medianoche el 3 de agosto de 1961 en Caracas. Hija de Columbo Frías y Mercedes Acosta de Frías, es la sexta de once entre hermanos y hermanas. Vivió hasta los seis años en La Pastora y luego se mudó a Tacarigua de Mamporal, donde siempre estuvo vinculada a los grupos de tradiciones culturales del folklore afro-venezolano. Entre muchas, perteneció al conjunto de aguinaldos del pueblo, famosos por organizar las “parrandas” navideñas, un género musical que nació para las fiestas decembrinas, donde músicos y cantantes van por la calle entonando vivencias cotidianas o alusiones de la religiosidad católica. 

En el camerino, Lilliam Frías también conoció al San Juan banilejo. (Fran Afonso/ACNUR)

“Mi papá decía que yo era La Lupe”

“Mi mamá era trabajadora social en el hospital de niños. Mi papá trabajó en el Ministerio de Obras Públicas, además de ser promotor deportivo y cultural. Entre otros talentos, descubrió a Dámaso Blanco. A mi papá y a mi mamá siempre les gustó la música. Mi mamá cantaba, yo admiraba a La Lupe. Mi papá me decía que yo era La Lupe”. 

Para ella fue natural regresar a Caracas para estudiar teatro después de haber participado en actividades culturales en la escuela y el liceo de Tacarigua. Consiguió un cupo en la escuela de teatro de Petare gracias al apoyo de la actriz Eva Gutiérrez y su esposo, que conocían al papá de Lilliam.

Sin embargo, el plan del teatro duró poco. 

En esa época se gestaba un movimiento musical nacido en el Ateneo Infantil de La Florida, en Caracas. Los fundadores fueron los hermanos Querales: Jesús, Florentino e Ismael. Ellos querían rescatar la variedad de manifestaciones populares de la música venezolana, distinta al vals, al joropo y al merengue urbano que predominaba en el país a mediados de la década de los setenta. Los jóvenes de aquel lineup inicial tomaron la decisión de hacer investigación de campo en la provincia, pasando tiempo y aprendiendo esas tradiciones musicales con los maestros cultores del folklore venezolano.

Ese grupo se llamaba Un Solo Pueblo. Lilliam se unió a ellos a los dieciséis años.

Un Solo Pueblo pronto fue conocido en toda Venezuela. Sus canciones más icónicas han sonado en las fiestas de sus pueblos y ciudades durante las décadas siguientes.  

La Parranda de Lilliam mostró un repertorio de música popular afro-venezolana. (Juan Carlos González/ ACNUR).

Temas como Córrela, La Matica, Viva Venezuela, La Burra, Gallo Pinto y El Cocuy se bailan desde entonces y pertenecen al acervo de memoria musical de ese país. Lilliam Frías fue la líder vocal de muchas de ellas.

“En Venezuela llegaron a decir que Un Solo Pueblo era como Los Beatles”, afirma Lilliam. “Yo perdí zapatos, perdí ropa, salí de espectáculos con seguridad. Una vez en Valencia tocamos en la Plaza Mayor y tuvimos que correr porque la gente se volvió loca, no sé cómo llegamos al autobús”.

Ensayos que atraen los recuerdos

La víspera del concierto que prepara en Santo Domingo, Lilliam convoca a su agrupación para realizar el ensayo general en su casa, ubicada en Los Mameyes, un barrio popular de la capital dominicana.

El sábado 20 de agosto del 2022 – apenas dos días después de ese ensayo- presentarán su espectáculo en el Centro Cultural de España, una casa de estilo colonial situada en la ribera que une la desembocadura del río Ozama con el mar Caribe de la capital. Es la primera vez en casi seis años que La Parranda de Lilliam podrá rendir tributo a San Juan luego de su mudanza a Santo Domingo.

El evento, organizado por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en el país caribeño, se realiza también para enviar un mensaje positivo sobre la convivencia pacífica entre personas venezolanas y la sociedad dominicana que les acoge. 

A las ocho de la noche, los músicos agolpados para el ensayo hacen que la casa de Lilliam sea un hervidero de calor. Ha llovido toda la semana y hasta bien entrada la noche el cielo sigue tronando. La preocupación se pasea por el ambiente: el concierto ya tuvo que ser pospuesto hace un mes por causa de las lluvias. Pero aún faltan unos días para la presentación y La Parranda decide encomendar la fiesta al santo.

Justo antes de empezar el ensayo se va la luz. Percusionistas, bailarines y cantantes se sobreponen y siguen las instrucciones de Lilliam y Verónica, su hija mayor, quien también luce cómoda aligerando la tensión del grupo con sus chistes y ocurrencias.

La Parranda ensayó a pesar de la lluvia y los apagones. (Juan Carlos González). 

“Quien lleva a Wilfrido Vargas a ver a Un Solo Pueblo soy yo”, afirma orgullosa Lilliam. “Cualquier artista que llegaba a Venezuela yo lo iba a ver, entraba gratis a donde yo quisiera. Y me propuse que esa gente conociera la música venezolana”.

Lilliam se refiere a la época de oro de los espectáculos en Venezuela durante la década de los ochentas y buena parte de los noventas, donde muchos artistas internacionales tenían plaza fija en conciertos y shows para televisión. Desde Michael Jackson, Queen y Guns and Roses hasta Britney Spears se pasearon por el país, aunque los artistas preferidos del público siempre fueron las estrellas latinas de la salsa y el merengue. 

Así, muchos cantantes dominicanos tenían fecha fija en ciudades de todo el país: junto a Wilfrido Vargas, Las Chicas del Can, Juan Luis Guerra, Rubby Pérez, Bonny Cepeda y Sergio Vargas también viajaba Un Solo Pueblo, cuyo ascenso en el gusto local los ponía en el mismo avión o autobús con destino a las principales ferias y plazas de Venezuela.  

“Yo le empiezo a hablar a Wilfrido Vargas de Un Solo Pueblo. Él siempre quedó muy impresionado, de hecho es quien propone la grabación”, asegura Lilliam. Ella hizo la conexión con Jesús Querales y después grabó las voces que usaron como referencia en las adaptaciones al merengue de La Burra, El Cocuy y Gallo Pinto.

La luz regresa a mitad del ensayo. Se escuchan los gritos de alegría y los aplausos que salen de las casas de Los Mameyes.

Cuando volvió la luz a Los Mameyes, Lilliam cantó con más intensidad. (Juan Carlos González).

Volver al escenario

El día del concierto en el Centro Cultural de España, Lilliam llega antes de iniciar la prueba de sonido. Baja del taxi cargando su imagen de San Juan Bautista, que presenta a Confesor y al resto de los integrantes de La Sarandunga después de conocerlos en el camerino. Ella está impresionada por el tamaño del San Juan de Baní. Una figura de un San Juan niño, de piel oscura y nariz fina. Su elegante capa roja lo viste desde los hombros hasta arriba de los tobillos, y sobre sus manos carga muchas cuentas de rosarios que ha ganado por cumplir favores.

“¡Es una preciosidad ese San Juan!”, repite Lilliam con voz enternecida.

Cuando el ron se destapó los tambores se alistaron. Siguiendo el ritual, uno a uno los percusionistas de La Sarandunga sirvieron un poco de ron en pequeñas botellas de plástico que apoyaron en el piso. Luego golpearon con el culo de la botella de alcohol cerrada los bordes de sus tambores, justo donde la soga aprieta al cuero contra la madera. Los percusionistas y la güira alinearon sus sillas y una doña que estaba de pie apoyó su brazo derecho sobre uno de ellos para cantar. La pareja restante empezó a bailar. 

Las paredes del camerino comenzaron a temblar con el estruendo de los tambores banilejos. Los integrantes de La Parranda, donde todos excepto Lilliam tienen menos de 35 años, miraron con atención el performance. Algunos grabaron e hicieron fotos con sus celulares. Ninguno se atrevió a bailar.

En el camerino La Sarandunga compartió el estilo de sus golpes de tambor con los percusionistas venezolanos. (Fran Afonso/ ACNUR) 

La prueba de sonido continuó con el turno de los tambores venezolanos. Los cuatro percusionistas se sentaron alrededor de los cumacos para tocar Uben, un golpe de tambor de Aragua. El sonido funcionó como resorte para el guardia de seguridad del Centro Cultural, que saltó de su silla y se asomó a ver de qué se trataba.

La decisión de dejar Venezuela

“En junio de 2016 dije ‘no aguanto más esto’. Estaba cansada de caminar, de buscar medicinas, de buscar insulina, de buscar comida, sobre todo de llegar a la cola los martes a las cuatro de la mañana a Puerta Caracas”.

Con una inflación del 254% y el agravamiento de la escasez de artículos de primera necesidad, aquel año 2016 se agudizó la crisis padecida en Venezuela durante la última década de debacle económica y política. Por aquel entonces, el gobierno de Nicolás Maduro obligó a la ciudadanía a comprar artículos sólo los días asignados según el último número de la cédula de identidad. 

“Los últimos dólares, todo lo que habíamos reunido para comprar un sonido, para comprar un transporte, eso se fue repartiendo. ‘No tengo para comer’, toma”. Entre 2015 y 2016, en Venezuela 10 millones de personas cayeron por debajo del umbral de pobreza, y de acuerdo con el proyecto Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), el 81% de los hogares se encontraba en situación de pobreza para finales de ese mismo año.

“Odio la sardina y la yuca. No las puedo ver ni en pintura. Mi hermana Mayi preparaba lo que fuera, hacía magia porque a ella le gusta la cocina, pero ya no aguantábamos más. Entonces yo dejaba de comer bien para darle la comida al ‘otro”. 

El “otro” al que alude Lilliam es a Columbito, Columbo Montes, su segundo hijo. “A mi hijo la salud se le deterioró mucho con la diabetes, yo pagaba la insulina al precio que me la pusieran”.

Lilliam Frías llegó a República Dominicana con los 70 dólares que le regaló un gran amigo: “Cuando llegué aquí en 2016 le entregué los 70 dólares a Verónica. Porque no era que Verónica estaba aquí millonaria, ella también le echó bolas. Y al mes se vino Mayi”. 

Verónica Frías trabajaba en la discoteca La Ruleta, ubicada muy cerca del céntrico Parque Independencia de la capital dominicana. Aprovechando que sabían preparar cócteles, Vero y su pareja de entonces se encargaron de promocionar los Jueves venezolanos. Mayi hacía las arepas y Lilliam la ayudaba a venderlas. “Iban dominicanos, muy pocos venezolanos, porque ¿quién tenía plata para pagar eso? Lo tomamos como una diversión, poníamos música venezolana de todo tipo, pero después nos dimos cuenta que estábamos invirtiendo más de lo que nos ganamos”.

Luego Lilliam trabajó en una casa cuidando a dos adultos mayores, limpiando y cocinando. “Duré solo una semana porque ya querían abusar de mi trabajo. Empecé a cuidar una niña en la casa, hija de una amiga de Verónica y al tiempo me llamaron de un preescolar donde había metido papeles porque yo di clases también en Venezuela. Ahí duré dos años y pico”. 

Después trabajó como limpiadora en una empresa donde necesitaban a alguien que limpiara e hiciera el café. “Estuve casi 3 años ahí, me trataron muy bien y todavía me extrañan”.

La bendición de los Sanjuanes 

Antes de salir al escenario, ambos conjuntos se mezclaron para la foto grupal. (Fran Afonso/ACNUR)

A las 7:45 de la noche los integrantes de La Sarandunga de Baní se colocaron entre el público, que abrió un espacio para verlos. Una de las jóvenes de la agrupación levantó un estandarte de color rojo y cruz blanca para liderar la breve procesión que La Sarandunga realizó por el patio antes de subir al escenario, entonando salves acompañados por tambores cortos y la güira. 

Una vez allí, se alternaron hombres y mujeres para bailar Jacana, un baile señorial de paso lento, y varias canciones de Bomba y Capitana, los estilos más festivos de esta manifestación cultural en honor a San Juan.

“Tenemos el mismo concepto. Llevamos al santo al río, lo bañamos como se hace en Venezuela. Lo adoramos igual. Dos países nos unimos con un mismo sentir. San Juan Bautista es amor, es paz, es tranquilidad… es resistencia”, cerró Confesor. 

La Sarandunga de Baní celebra San Juan con la misma devoción que sus pares de Venezuela. (Carla Lee/ ACNUR).

Al finalizar su presentación, La Sarandunga se unió al público para disfrutar de La Parranda. Cuando comenzó el sangueo de los tambores, uno de los percusionistas dominicanos tomó al San Juan de Baní frente al escenario. Dos integrantes de La Parranda acercaron sus respectivos sanjuanes para rendir reverencia a los locales, pidiendo permiso para estar en su casa. El San Juan de Baní los bendijo de vuelta. 

Así, La Sarandunga pudo retomar tranquila el largo camino que les separaba de su pueblo, La Vereda. La fiesta quedaba en buenas manos.

La bendición de los sanjuanes selló el pacto de integración. (Carla Lee/ACNUR)

“Como persona sí me siento aceptada. Los vecinos son muy atentos con nosotras. Ya se acostumbraron al sonido de los tambores, antes no les gustaba. Me lo dejaban saber porque al día siguiente no me hablaban. Ahora la vecina dice ‘ay qué bonito cantan ustedes’. Por eso hacemos el ensayo temprano, porque abajo viven ellos”.

A pesar del recibimiento, la adaptación no fue sencilla. Lilliam cuenta que había días que se levantaba con la idea de irse. Caminaba por la Avenida España de Santo Domingo, donde hay un largo malecón. ‘¿Qué hago yo aquí?’, se preguntaba Lilliam. 

"Había veces que pensaba irme de noche escondida para el aeropuerto, pero cuando volteaba y veía a Santiago me decía ‘¿dejarlo solo otra vez? No puedo hacerlo”

La noche del concierto, Santiago Díaz, hijo de Verónica y nieto de Lilliam Frías, tiene la responsabilidad de tocar la tambora dominicana y el tambor mina para La Parranda. Santiago, avispado y echador de broma como su mamá, sigue el ritmo natural cuando tocan “María Paleta”, la fulía que lanzó a la fama a Lilliam Frías como voz de Un Solo Pueblo.

El público que asiste al espectáculo todavía mira con timidez, excepto los pequeños grupos dispersos por el patio que cantan el estribillo “María/ dale paleta”. Hacia el final de la canción, Lilliam le saca punta a su experiencia, con una seña pide callar los tambores y se lanza una capella que la gente acompaña de manera espontánea con sus palmas. 

Lilliam mira al público y más allá al mar Caribe, desde la orilla de Dominicana. (Carla Lee/ACNUR)

La pérdida

En 2017 llegó Columbito a vivir a Santo Domingo: “No tuve más vida. Se me perdió. Todos los hospitales los recorrí. Después de un año Columbo no salía de un hospital con la baja de azúcar”. Lilliam asegura que las hipoglicemias diabéticas que padecía Columbo -y que ya arrastraba desde Venezuela donde los medicamentos para tratarla escasearon desde el año 2015– le producían convulsiones que degeneraron su salud. 

El deterioro acelerado del sistema público de salud en Venezuela ha sido documentado por diversas organizaciones, entre ellas la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en su informe "Respuesta para mantener una Agenda eficaz de cooperación técnica en Venezuela”. Según el informe, durante el período 2013-2018 esta pérdida de capacidad operativa afectó gravemente el acceso gratuito a la atención de salud y también hizo muy difícil conseguir medicamentos e insumos.

“Cuando llegó aquí los primeros días estuvo muy bien, pero después ya no quería salir, no quería comer y fue perdiendo la memoria. Se le olvidaban las cosas… a veces me preguntaba ‘¿dónde estoy?’ Me decía ‘yo no quiero estar aquí’. Fue muy triste”. 

Lilliam se levantaba a las cinco de la mañana a prepararle desayuno, almuerzo y merienda para que Columbo tuviese comida disponible mientras ella pasaba el día en el trabajo: “Por esa puerta salía yo a las seis de la mañana y se comía todo. Ya a las diez de la mañana no tenía qué comer. Él se salía (de la casa), se sentaba en el colmado, pedía cigarros, caramelitos, galletas. Gracias a Dios que nunca…todo el mundo en el barrio lo cuidó”.

La última vez que le dio la crisis no se podía ni parar de la cama, recuerda Lilliam: “La depresión acabó con él”. Columbo Montes Frías falleció el 22 de marzo del 2020.

El aplauso sanador

A mitad del concierto en el Centro Cultural, Gladys Pinto -una de las cantantes que acompaña a Lilliam- entona con voz melancólica el inicio de la canción “Frente al mar”, un sangueo acompañado con golpes suaves de paila, cumaco y mina:

Frente al mar/ cuando el cielo está de azul/ el agua del mar en calma/ siento que la mar escucha/ los lamentos de mi alma.

Lilliam, que ahora acompaña el coro, persigue el estribillo concentrada, tapando con su mano el oído izquierdo para escucharse mejor:

Frente al mar/ dame el último adiós/ porque solo sabe Dios/ San Juan Bautista si volveré…

El público asistente se gozó la fiesta. (Carla Lee/ ACNUR)

Cerca de las 9 de la noche el concierto aumentó la velocidad cuando La Parranda de Lilliam interpretó los estilos de tambor de Aragua, Caraballeda y Curiepe. Las personas asistentes entraron con rapidez en calor, las palmas se batían alegres al ritmo de la percusión. Los bailarines se adueñaron de la pista: primero eran dos parejas, luego cuatro, luego seis. Un venezolano del público que miraba sin bailar dijo: “comenzó la verdadera integración”.

“Si no hubiese pasado lo que pasó en Venezuela, yo estaría en Venezuela. Jamás en mi vida me pasó por la mente irme a vivir a otro país. La mayoría de mi familia está allá, pero siento que ahora no conozco ese país”. Lilliam no ha vuelto a Venezuela desde que salió hace seis años.

La canción “Córrela” cierra formalmente el setlist. Ya la fiesta está encendida. Zhandra Cano, bailarina líder de La Parranda, ha logrado encauzar la energía que produce la música en el público. Se arma una gran rueda de pescado donde la mayoría de las personas bailan por primera vez, atentas a las instrucciones de ella. 

Lilliam agradece al público y despide el concierto dando paso a los músicos. La paila que sostiene Gregory Díaz vuelve a sonar, le siguen los cumacos de Jimmy Flores y Lenin Calabrese. Llegan tres hombres más del público a ofrecerse como refuerzos para los tambores; el presentador del espectáculo se agacha y también apoya el golpe. El sonido se hace más grueso, envolvente, circunda el patio y sale por el fondo hacia la calle que mira al mar. 

Verónica se para a un lado del escenario para bailar cerca de los percusionistas, que han entrado en éxtasis a través del toque de los tambores. Santiago, entre ellos, suelta el palo con el que toca la tambora dominicana, aprieta la boca, mira al cielo y se entrega al cuero con las dos manos.

Verónica Frías cantó y bailó todo el concierto animando al público asistente. (Carla Lee/ACNUR)

“No quiero morirme aquí, pero mis tesoros más preciados los tengo aquí: Verónica y Santiago. Quiero ver crecer a mi nieto, en su educación, en su cultura, en su béisbol; acompañar a Verónica y ayudarla siempre en lo que más pueda en la crianza y cuidado de Santiago”. 

“Si San Juan lo tiene, San Juan te lo da” es quizás de las frases más conocidas entre sus devotos. Lilliam, como el santo al que le rindieron tributo esa noche del 20 de agosto —el santo que la devolvió a la tarima y a los aplausos— apunta una mirada fija hacia el mar Caribe que también le hace evocar su tierra. No sabe qué le tiene reservado su santo, no sabe si volverá a Venezuela, pero está segura de que esa noche de agosto nadie le quitó lo baila’o a su parranda.

Producción realizada en el marco de la Sala de Formación y Redacción Puentes de Comunicación III, la Escuela Cocuyo y El Faro. Proyecto apoyado por DW Akademie y el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania.

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