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Me llamo Santo Domingo

Me llamo Santo Domingo

Hola, mucho gusto, me llamo Santo Domingo, soy la capital de República Dominicana y la principal área metropolitana del Caribe y Centroamérica. Soy hija de la kasike Osema, y aunque también se me conoce como cuna de las primicias europeas en las Américas, antes de esto fui un yukayeke indígena. Diariamente, me baño en las aguas del mar Caribe, y tengo un cuerpo tropical con tres farallones que me atraviesan de lado a lado, y tres ríos que me mojan de arriba a abajo. La mayoría del tiempo soy caliente, no por nada me dicen que estoy en el mismo trayecto del sol; aunque antes este clima me lo apaciguaba la sombra sagrada de una ceiba que ya no está. A pesar de que tengo más de quinientos años, más del 90 % de mi tamaño actual apenas lo obtuve hace un siglo, por lo que pudiéramos decir que soy una joven con un corazón viejo. Sin embargo, crecer duele. Constantemente me inundó, diariamente estoy entaponada, y poco a poco, he perdido ese verdor que antes me caracterizaba. A pesar de estos contratiempos, voy contenta, sonriéndole a la adversidad, optimista de que las cosas mejorarán, porque soy una ciudad resiliente que ha sobrevivido el embate constante de huracanes y hasta, una vez, el cambio de nombre.

Estoy llena de contracciones, con torres altas al lado de casas con techos de zinc, de carros lujosos que transitan en calles con hoyos, y de elevados y túneles que facilitan el tránsito entre un tapón y el otro. En ese sentido, me dicen que todo lo bueno en mí es el resultado de la ambición de “grandes hombres”; pero de lo malo nadie quiere asumir responsabilidad. Ojalá y en el futuro dejemos de hablar que fulano hizo aquello y perencejo lo otro, y comencemos a hablar en plural; porque en realidad soy el resultado del esfuerzo colectivo e intergeneracional de un conjunto de personas que me han tenido como su residencia.

En algunos momentos siento que tengo una crisis de identidad, quizás por lo joven que soy, y a lo mejor por esto, cada tanto aparece quien me compara. Me dicen que parezco un “Nueva Yol Chiquito”; inclusive, hasta llegaron a instalarme una réplica de la Torre Eiffel de París, y no hace tanto me compararon con una Pequeña Venecia. Dique soy capitaleña, pero ojalá nunca deje de ser capital, porque le regalé mi gentilicio al país y me quedé sin uno. Por momentos he llegado a pensar que mi crisis de identidad es el resultado de ese rápido crecimiento, con gente que llegó de todas partes, así que dame tiempo en lo que me organizo y consolido, que a lo mejor tomo carácter. Pero no te confundas, albergo en mis confines diversidad y cantidad de patrimonios culturales declarados, y otros tantos que aún faltan por declarar. Así que quizás mi problema no sea de identidad per se, sino de autopercepción y aceptación de lo que ya soy.

Al mismo tiempo, soy una ciudad de contrastes, donde circunstancias ajenas a mis deseos han querido dividirme e invisibilizar mis partes “feas”; como si con un poco de maquillaje se desvanecieran años de abandono. Pero constantemente la inacción termina por afectarme completa, porque los problemas colectivos no son selectivos y sus soluciones no son individuales. Aun así, bailo entre la diversidad de realidades que coexisten en mí, y me amparo en la esperanza de que eventualmente encontrarán un equilibrio donde todos, desde el que maneja el carro lujoso hasta él que vive a la vera del río, puedan vivir dignamente. 

En fin, no soy perfecta, si es que acaso eso existe. Sé que aún tengo mucho trabajo por hacer, pero también sé que tengo un enorme potencial y un futuro brillante. Me despido con alegría, consciente de que tengo una extensa historia y una cultura riquísima que me inspiran a conquistar mis miedos sobre el futuro. Espero que ahora que me conoces un poquito más, logres entenderme mejor, y me tengas más paciencia y fe. Sin más que agregar por el momento, cuento contigo para ser mejor de lo que soy hoy.

Atentamente, 

Santo Domingo

P.D. Nunca me he llamado “De Guzmán”, no soy de nadie, por favor corrijan eso.

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