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A la vista de todos, en la boca de nadie

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El fin de la campaña electoral y la instalación en la intersección de las avenidas Kennedy y Próceres de la pantalla publicitaria más grande del Caribe nuevamente traen a la luz la necesidad de reflexionar sobre la rápida expansión de la publicidad urbana en nuestra ciudad. Aunque la sensación popular sea que Santo Domingo da un paso más para convertirse en un “Nueva Yol Chiquito”, la realidad es que las vallas y pantallas publicitarias son una importante fuente de contaminación visual. Esto significa que, al igual que los vehículos de combustión y los vertederos, las vallas representan un pasivo ambiental que deteriora nuestra calidad de vida urbana. Justamente esto es lo que lleva al Estado a regularla, en nuestro caso, a través de los ayuntamientos, y a indemnizar a la ciudadanía a través de los arbitrios.

Sería injusto no mencionar que antes de la llegada de las pantallas publicitarias, nuestra ciudad ya tenía un problema de contaminación visual causado por la proliferación, aparentemente indiscriminada, de las vallas, por lo que las pantallas solo llegaron a agravarlo. A este punto, quizás te estarás preguntando, ¿cómo es que en una ciudad con tantos problemas y un gobierno municipal con limitaciones presupuestarias esto debería importarnos? Sencillo, la presencia de pantallas publicitarias está vinculada al aumento del estrés y la fatiga, de los accidentes de tránsito, de la alteración de los patrones de comportamiento de la fauna; en fin, múltiples factores que llevan a un deterioro de la calidad de vida.

Como consecuencia de esto, en la mayoría de las ciudades la instalación de estas modalidades publicitarias está altamente regulada y limitada a zonas específicas, ya sea por tradición o por lejanía a las zonas residenciales. Inclusive en Nueva York, aquel modelo a seguir de muchos, limita la presencia de estas pantallas al perímetro de Times Square, donde por tradición han existido, pero donde también existe una baja densidad de zonas residenciales alrededor. De hecho, llama mucho la atención que al visitar otras ciudades, es muy difícil encontrar la cantidad y densidad de publicidad que vemos cotidianamente en Santo Domingo. En ciudades como París y Berlín, la densidad de vallas publicitarias es un 40 % menor que en Santo Domingo, según datos de la Asociación Internacional de Publicidad Exterior (IAOA).

Existen alternativas, algunas de ellas ya implementadas en nuestra ciudad, que ayudarían a abastecer la, aparentemente, alta demanda de espacios publicitarios. Por ejemplo, las líneas de guaguas en las avenidas Núñez de Cáceres y Churchill han sido forradas con publicidad, lo que además ofrece la oportunidad de reducir los costos operativos para los administradores y de ofrecer una publicidad que no sea estática, como es el caso de las vallas y pantallas, a los anunciantes. Esta misma dinámica igualmente se aplica en las estaciones del metro, teleférico (obviamente no en sus vagones o cabinas) y guaguas.

Ejemplo de publicidad aplicada a las estaciones de transporte en la avenida Gustavo Mejía y la Estación Pedro Mir (avenida Lope de Vega). Fuente: iVallas. 


Otra alternativa es simplemente que seamos más creativos con la forma en la que hacemos publicidad en nuestras ciudades. Por ejemplo, el icónico carro de Santo Domingo Motors, que por años ha sido un referente en la ciudad, adaptado jocosamente a la arquitectura del edificio donde se encuentra y sin generar un ruido visual en su entorno. Este mismo ejemplo lo podemos evidenciar en la Plaza Merengue, en la esquina noroeste de la intersección de las avenidas Alma Mater y 27 de Febrero, la cual ha sido forrada con publicidad, que si bien desaparece su fachada e invisibiliza su arquitectura, no representa un contraste tan abrupto con su entorno. Obviamente, hay muchos más ejemplos, locales e internacionales, de los que pueda incluir en este artículo, que pueden servir como punto de partida para comenzar a repensar nuestra ciudad en este aspecto.

Edificio de Santo Domingo Motors en la avenida Lincoln esquina Kennedy. Fuente: Grupo Ámbar.


No obstante, es muy difícil que esta dinámica ocurra sin antes reevaluar la fuente e independencia de los recursos municipales del Distrito Nacional, ya que en esto yace la raíz del problema. Bajo el modelo actual, el Ayuntamiento tiene un incentivo negativo que lo motiva a aprobar vallas publicitarias para aumentar su presupuesto, aunque estas representen un detrimento a la calidad de vida de sus habitantes. Según el marco legal actual, los ayuntamientos reciben fondos a través del gobierno nacional, según su población; o a través del pago directo de arbitrios, siempre y cuando estos no estén en conflicto con los impuestos nacionales. Eso pone al Distrito Nacional en una posición incómoda, ya que, desde el 2001, está atravesando por una desaceleración de su crecimiento poblacional, debido a la migración hacia la provincia de Santo Domingo, pero continúa siendo el centro urbano para los casi cuatro millones de habitantes que viven en el área metropolitana. En otras palabras, el Distrito Nacional se ve en la obligación de prestar servicios municipales a una población por encima de los fondos que recibe de parte del gobierno nacional. Esto es justamente lo que motiva la expansión de la publicidad urbana, así como otros males urbanos que igualmente representan ingresos directos para la gestión municipal, tales como las rampas de parqueos, la construcción de verjas altas, los usos de suelos contradictorios, la destrucción del patrimonio histórico, entre muchos otros. En este sentido, esta es una cuestión que definitivamente deben de tocar los representantes recién electos para el Concejo Municipal y el Congreso Nacional, sobre todo dentro del marco de una reforma fiscal integral, para crear un marco normativo que acelere la descentralización administrativa y permita la independencia presupuestaria de nuestros ayuntamientos.

Tabla No. 1 – Población del Distrito Nacional, entre 2001 y 2024

200220102023
913,540965,0401,029,110
Oficina Nacional de Estadística (ONE)

En fin, todo esto no quiere decir que debamos eliminar las pantallas o vallas publicitarias, pero sí reflexionar sobre su impacto en nuestra calidad de vida y las razones que llevan a que sean instaladas. Eventualmente, nos tocará desarrollar mecanismos políticos para encontrar la justa medida que nos lleve a un punto de equilibrio. El problema no son las vallas o pantallas, es la falta de un Ayuntamiento con los mecanismos políticos para generar las transformaciones urbanas que demanda urgentemente una ciudad del tamaño de Santo Domingo.

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