Por Elvin Calcaño
La película “No mires arriba” de Netflix bien podría ser, como dijo un analista español, un documental. Devela, en definitiva, lo que con Hobsbawn diríamos es un sentido común de época. Y si bien la trama se inscribe en contingencias de la coyuntura político-social estadounidense, debido a que se concibió al calor de la presidencia trumpista, no menos cierto es que en gran medida captura lo que ocurre en el resto del mundo. Otro elemento interesante es que, aun siendo una crítica tan evidente al populismo de derechas y a varios consensos neoliberales actualmente dominantes, mucha gente adepta desde al negacionismo antivacunas o militante del libertarismo neoconservador la celebra. Lo que, desde luego, y ello es el propósito de este escrito, invita a que analicemos las claves políticas que en mi criterio contiene este filme.
La primera cuestión que propongo analicemos tiene que ver con que la película refleja la actual tendencia al derrumbe de los fundamentos del liberalismo político. No mirar arriba implica renunciar a eso que para Robert Dahl era el “conocimiento iluminado”. Noción que implica que, en una democracia sustentada en la igualdad política de todas las personas, el ciudadano común debe tener la capacidad de informarse adecuadamente sobre los asuntos públicos. En ese marco, la verdad basada en hechos debe ser lo que ordene el espacio de discusión ciudadana. Hoy, en cambio, como muestra la película, más bien lo que vemos es la emergencia de un conocimiento que llamaría oscurecido. Basado en que la verdad no se trata de hechos sino de interpretaciones subjetivas e individuales. Es decir, la verdad no se construye en el “estar entre todos” arendtiano sino en la individualidad de cada uno. Medios de comunicación inescrupulosos, mayoritariamente conservadores, fortalecen esta lógica que va convirtiendo los hechos en algo secundario: lo importante es incentivar emocionalidades en la gente para conducirlas a ciertos sentidos comunes que, a su vez, las lleven a ciertas decisiones políticas. Lo que acabo de describir es una concepción específicamente liberal de la sociedad. Con lo cual, la cruda realidad que describe “No mires arriba” debería preocupar especialmente a quienes en serio se consideren liberales.
En ese marco es que debemos situar la hoy día tan determinante lógica de los fake news. El medio de comunicación favorito de la cúpula presidencial de la película es una fábrica de noticias e información falsas. Y muchos ciudadanos, mientras se les viene encima un evento apocalíptico, se mantienen en un día a día dominado por la dinámica de las verdades alternativas en la que, como vimos, no importan los hechos en sí sino la interpretación que se haga de éstos. Los fake news son efectivos porque, como dice Pablo Iglesias partiendo de sus lecturas de Lakoff, confirman los marcos ideológicos de la gente. Un fake news genera efectos de verdad, esto es, funciona como dispositivo de veridicción (Foucault) porque fortalece creencias o interpretaciones ideológicas que ya tenemos. Y precisamente circulan en la forma de verdades (en redes sociales fundamentalmente) porque no requieren revisión: una persona conservadora que duda del Estado y cree que el mundo es dominado por una conspiración judeo-masónica-marxista recibe un bulo en la línea de esas convicciones y lo comparte de inmediato. Porque ese bulo generó una estimulación en algo que ya cree; es decir lo confirmó. Así, se van configurando marcos de opinión donde la verdad no es producto de hechos y argumentos. Antes bien, se trata de estimulaciones emocionales e ideológicas. La verdad, pues, tiene que ver con intensidad: con la fuerza con que algo se repita y comparta siempre que vaya dentro de esa línea de confirmación ideológica. De ahí lo que vemos hoy: los fake news y la inmediatez de las redes sociales convirtiendo nuestras sociedades en lugares radicalizados donde entendemos al que piensa distinto en términos de enemigo existencial.
Otra clave política de “No mires arriba” es que describe una sociedad encapsulada en una visión distópica del futuro. Y no hablo del elemento -un tanto grotesco en mi opinión- del cometa que descubren los dos científicos personificados por Jennifer Lawrence y Leonardo DiCaprio. Sino de esa lógica de verdades alternativas y confrontación política en términos existenciales sustentada en la amenaza de un enemigo al que hay que enfrentar para mantener la unidad mítico-existencial. Que es lo que opera detrás del populismo reaccionario de un Trump o Vox en España quienes están siempre combatiendo una “amenaza” que va desde el migrante a la “ideología de género” pasando por el “globalismo”. Sin ese enemigo no se crea la comunidad política interna ni el horizonte de lucha trascendental sin los cuales la presidencia de Janie Orlean no fuera posible. Este elemento es decisivo en cuanto a la configuración político-ideológica de las sociedades actuales porque cuando impera una visión negativa del futuro, la gente tiende a buscar certidumbres en lo que cree que tiene. Y si el sentido común de época es tendencialmente conservador, pues afloran significantes conservadores que ordenan esa idea de certezas. De ahí, pues, la emergencia de extremas derechas, libertarismos neoconservadores y las distintas formas de trumpismo.
Todo lo anterior nos conduce al último punto de este análisis que es que hoy día, preponderantemente, las cuestiones políticas tienden a interpretarse fuera de un registro político. Lo cual es paradójico (lo que lo hace analíticamente muy interesante). Por registro político me refiero a una forma de entender las cosas a partir de ideales ético-políticos que remiten a lo colectivo. Prima ahora, en cambio, ver las cosas en términos de disputas morales del bien contra el mal. En ese contexto, las líneas del conflicto político-social quedan definidas no por ideologías políticas explícitas sino por fronteras de valores orientadas mayormente por significantes de tipo religiosos. Así, la lucha política adquiere un grado de polarización extrema porque no se disputan proyectos políticos contingentes sino visiones trascendentales, y con ello, sagradas de la vida y la sociedad. No es de extrañar que hoy la polarización sea un elemento tan central. Y que, como muestra la película, se interprete la realidad en unos términos que trascienden algo tan mundano como la verificación científica.
Vivimos una época de crisis en la que los consensos mínimos que exige una convivencia democrática están seriamente amenazados. Y hay sectores claramente interesados en seguir destruyéndolos para que su lógica de fake news y luchas existencialmente trascendentales siga circulando. Son, digámoslo con toda la claridad, sectores ultraconservadores ligados al populismo de derechas los que fundamentalmente incentivan eso. Debemos conocerlos y analizarlos para saber contra qué es que, los demócratas de cualquier tendencia ideológica, nos enfrentamos. Hablo de esos grupos que imaginando conspiraciones globales fantasmales y colocando todo lo diferente en el “comunismo” o en el eje del mal, en principio, pueden generar risa. Pero no, son peligrosos porque están avanzando en medio de un sentido común de época tendencialmente conservador. “No mires arriba”, de forma sencilla y divertida, nos ayuda a conocerlos. Y esa es, considero, su ciencia política.
Lo que dice la gente