Una de las actividades más deprimentes y preocupantes en la que un dominicano puede participar, es leer los comentarios de los usuarios en las noticias publicadas en redes sociales. La ira acumulada, la sed de venganza y justicia, la desconfianza y en algunos casos la ignorancia sobre las verdaderas intenciones y consecuencias detrás de las iniciativas políticas, proyectan visiones de un futuro tétrico y en inevitable descalabro. Desde una observación empírica, parecería que los líderes políticos mejor valorados en la historia dominicana, son aquellos que no llegaron a gobernar o gobernaron menos de un período completo, sin verse obligados al enfrentamiento natural del poder contra la ciudadanía. Desde que se alcanza el poder, la simpatía y el capital político se desgastan en el tiempo.
A pesar de los logros de todos los gobiernos dominicanos desde 1996 hasta la fecha, con crecimientos económicos ejemplares, crecimiento de la clase media y reducción de la pobreza, así como la transformación de los cascos urbanos y la consolidación de las industrias locales, la desconfianza es lo que define la relación entre gobiernos y ciudadanía. Los datos no han podido, ni podrán, con las emociones de las personas y los mitos que estas producen en la cultura. Por supuesto que no todo es color de rosas. Las estadísticas muchas veces esconden la inequidad en la distribución del crecimiento económico. Los gobiernos siguen siendo paternalistas y clientelistas, la institucionalidad y la transparencia siguen siendo materias pendientes y la corrupción continúa siendo un mal transversal en la sociedad dominicana. Los últimos 26 años han sido los de mayor prosperidad y desarrollo en la República Dominicana, pero sin lograr resolver la terca y terrible desigualdad ni la falta de consecuencias.
En nuestro país, al igual que en gran parte de los países democráticos occidentales, los partidos están en serios problemas. La ciudadanía no confía en ellos, no los respeta y cada vez tiene expectativas más bajas sobre la eficacia de sus gestiones. La gran mayoría de los gobiernos ha continuado encerrado en el arquetipo del gobernante tradicional, con estructuras de comunicación demasiado verticales y desconectados de las emociones de los votantes. Mientras los ciudadanos de las nuevas generaciones se cuestionan el rol de trabajo, el futuro del planeta, su propia calidad de vida, mientras lidian con incertidumbre, que poco acceso a recursos y con un bombardeo constante de imágenes y palabras que complica su ruta moral en la vida, los partidos políticos, y este no es un fenómeno exclusivamente dominicano, se han concentrado en ganar y no en lograr transformaciones reales para sus países. En las últimas décadas, la actividad política se ha reducido a ganar a cualquier costo y lo que debía ser una dinámica de campaña, ahora parecería también ser una estrategia de comunicación gubernamental. Una vez los líderes son elegidos democráticamente y saben que pueden ser removidos democráticamente, se enfrentan a la pregunta más compleja de su carrera política: ¿queremos desde el gobierno trabajar para ganar las elecciones o queremos hacer un buen gobierno? Cuando se trabaja únicamente para ganar, se trabaja para que todos los demás pierdan.
Hacer campaña electoral es distinto a comunicar desde el gobierno. La primera es completamente binaria: se gana o se pierde, mientras la segunda persigue con cada esfuerzo mejorar las condiciones de las que vive la ciudadanía.. En una campaña no hay segundo lugar y en la mayoría de los casos no hay objetivos primarios más allá de ganar las elecciones, (aunque existen algunas campañas donde el candidato sabe que no va a ganar pero participa para conseguir valoración y conocimiento). Las campañas electorales son dominadas por 1) atacar al adversario 2) defenderse de los ataques del adversario 3) presentar promesas 4) crear simpatía. Esta carrera, en el universo de la comunicación permanente de las redes sociales, han tenido un efecto demoledor en la ferocidad, la naturaleza y la frecuencia de las interacciones entre adversarios políticos, que se han convertido en gladiadores modernos, despedazándose frente al pueblo.
La cantidad de promesas incumplidas a través de las décadas y las constantes descalificaciones, han desgastado la confianza en los políticos. Asimismo, las acusaciones, en su mayoría destinadas a ser parte de un espectáculo más que el reflejo de convicciones reales, nos recuerdan un poco a Jack Veneno y Relámpago Hernández; enemigos mortales en la tele pero cuando terminaba el show, disfrutaban juntos una fría en el colmado de la esquina. La gente no cree en los políticos porque para ganar, prometen cosas que no pueden cumplir y porque se aplastan unos con otros como búfalos peleando por el derecho a aparearse.
Hasta el momento, los partidos políticos mayoritarios en la República Dominicana no han tenido diferencias ideológicas importantes, por lo menos no en la democracia moderna (1996-2020). Existen partidos minoritarios en ambos extremos ideológicos y diferencias técnicas, logísticas y organizacionales entre los mayoritarios. Por eso no vemos ataques ideológicos como sucede en otros países. Aquí, unos llaman “corruptos” a los otros y estos tildan de “incompetentes” a los primeros. Pero la comunicación estratégica sabe diferenciar lo que uno quiere decir de lo que el otro va a escuchar. ¿Qué escucha la ciudadanía? Que los políticos son corruptos e incompetentes (en este momento, el 80% de los lectores seguro está pensando “¡es que lo son!”), aumentando la desconfianza y abriendo cada vez más la puerta a los fenómenos anti-políticos que comienzan a conquistar la región.. Estos fenómenos, y hemos visto ejemplos en Perú, Venezuela, Brasil, Salvador e incluso en los Estados Unidos, surgen de la distancia conceptual con la que se presentan frente a los políticos tradicionales… hasta que capturan el poder. El anti-político solo puede mantener esa condición hasta la victoria. Así es el poder; la única forma de vencerlo es convertirse en él.
Les Luthiers, uno de los grupos de comedia más brillantes de todos los tiempos, predijo el futuro de la política latinoamericana cuando dijo que “lo importante no es ganar, sino hacer que el otro pierda”. Los partidos políticos se están matando unos con otros y todo parece indicar que lo lograrán muy pronto.
Lo que dice la gente