Un considerable sector del nacionalismo radical dominicano actualmente abandera una lucha desenfrenada contra un posible censo poblacional. Así como lo lee estimada lectora o lector: se oponen a un censo –instrumento indispensable para el diseño de políticas públicas– antes de que se realice. Y si bien desde una perspectiva racional lo que hacen parece un sinsentido, desde una lectura de claves políticas es sumamente importante que lo entendamos. Para interpretar adecuadamente las lógicas que articulan y movilizan esos grupos hoy día situados en la ultraderecha. Entendida esta última como una lógica política tendencialmente hegemónica en el contexto de las sociedades contemporáneas. Dicho esto, se propone esta reflexión como un conjunto de claves para comprender lo que hay de fondo en la oposición al censo.
En primer lugar, hay que entender que la mayoría de los opositores al censo se inscriben en el nacionalismo existencial. El cual se estructura a partir de la lógica amigo y enemigo propia de lo que José Luis Villacañas (2014) denomina como la “nación existencial”. Esta forma de nación es la que establece relaciones en términos de exteriores constitutivos; esto es, define marcos identitarios a partir del antagonismo con otras identidades. Ser dominicanos, así pues, implica no ser haitianos. Los haitianos adquieren rango de enemigo existencial al cual se combate desde la defensa de categorías metafísicas como la patria, la nación y la religión. Constituyen un ellos externo necesario para constituir, y dar sustancia, al nosotros interno. Es desde ahí que el nacionalismo existencial dominicano enfatiza tanto en la imagen de una dominicanidad esencial sin fisuras; claramente diferenciable de lo haitiano. Y, esa nación hay que enarbolarla con intensidad porque refiere fundamentalmente a motivaciones emocionales. Se trata de un mecanismo ideológico que cumple dos de los tres roles básicos de una ideología: simplificar la realidad y movilizar.
El nacionalismo existencial, para la ultraderecha que lo promueve, es un artefacto ideológico-cultural indispensable puesto que les permite mantener vigente su lógica política. La cual pasa más por esas cuestiones metafísicas señaladas que por elementos contingentes del día a día del dominicano común. La “defensa de la nación” se impulsa como tema prioritario; como algo de lo cual debe preocuparse todo dominicano más allá de problemas como desempleo, inseguridad y canasta básica. Sin esta operación eminentemente ideológica –en el sentido negativo de la ideología donde se entiende como ocultación de la realidad– la ultraderecha nacionalista dominicana no podría sostener su actual preeminencia en redes sociales y discusión pública en general. Donde han convertido en sentido común oponerse a configuraciones abstractas como el “globalismo” y la “comunidad internacional”. Configuraciones que nunca explican qué son exactamente; simplemente las vinculan discursivamente a los “enemigos de la patria” y con eso movilizan contra ellas. Generando efectos de verdad.
Llegamos así al segundo enfoque que proponemos en esta reflexión. La ultraderecha dominicana, al igual que sus homólogas del trumpismo en Estados Unidos y otras, necesita trasladar los debates de los hechos al plano de efectos de verdad. Dado que en este ámbito la verdad se define a partir de la intensidad y no de explicaciones, evidencias o argumentos lógicos. Así pues, es verdad aquello que se diga con fuerza de cara a conectar con marcos de valores que previamente ya tiene la gente. Como hemos dicho en otros análisis, la lógica de efectos de verdad de las ultraderechas se inscribe en la dinámica de generar validación ideológica. En crear marcos discursivos cuya potencia radique en que conecten con prejuicios, valores y miedos arraigados. Para, de ese modo, lograr que sus mensajes circulen y convenzan sin que tengan que explicarse. Así es que han convertido al fantasma de la “invasión haitiana” en un hecho consumado con cinco o seis millones de haitianos en el país. Capitalizando legítimas y normales preocupaciones que tienen millones de dominicanos referente a la irregular migración haitiana en suelo nacional.
En ese contexto, y con esto pasamos al tercer y último punto, con la oposición al censo atacan algo mucho más profundo: se trata de un ataque contra la verdad. Estos grupos del nacionalismo ultraderechista necesitan invalidar el censo antes de que se haga para precisamente limitar la capacidad de veridicción de sus futuros resultados. Desde ya han envuelto todo lo referido al mismo en un manto de dudas porque, dicen, detrás están el globalismo y la comunidad internacional. Actores externos que supuestamente buscan “diluir” la identidad esencial dominicana para “fusionarnos” con Haití. Estos idearios, que en primera instancia parecen delirios de manicomio, son políticamente muy efectivos. Por lo que ya dijimos de que se inscriben en mecanismos de efectos de verdad. Y, especialmente, porque constituyen una lógica política hegemónica que, transversalmente, articula diversos sectores alrededor del marco identitario. Así, generan algo clave en la política contemporánea que es la articulación de la diferencia. Y con ello, asimismo, sus mensajes circulan como sentido común entre importantes segmentos poblacionales.
Quitarle veracidad al censo, como lo están haciendo, les permite mantener la discusión en un ámbito de configuraciones abstractas, significantes metafísicos y enemigos existenciales. Para que sea verdad sólo aquello que conecte con creencias y prejuicios previos. No un censo basado en ciencia y criterios académicos que, entre otras cosas, podría demostrar que la cifra real de haitianos en el país ni se acerca a los cinco o seis millones referidos. Y que, incluso, los problemas dominicanos fundamentales tienen que ver más con privilegios de los que gozan muchos de los promotores del nacionalismo existencial. El censo podría evidenciar, igualmente, que en República Dominicana el color de piel es un determinante de pobreza, falta de acceso a educación, insalubridad y desempleo. Lo cual negaría la imagen de esa dominicanidad prístina y sin fisuras en la que supuestamente no hay jerarquías raciales ni por consiguiente racismo. Al tiempo que situaría la discusión en esas problemáticas del día a día realmente existente que, además de con disputa político-cultural, se resuelven con marcos institucionales adecuados. Cosa menor –esta última– que los paladines de la ultraderecha nacionalista prefieren obviar.
Porque, y con esto concluimos, debemos saber que la ultraderecha es una lógica política que prescinde de los hechos y de todo aquello que exija anclaje en las correlaciones de fuerzas sociales y políticas donde asuntos como desigualdad, privilegios de pocos e injusticias económicas se hacen evidentes. Puesto que, en el fondo, la ultraderecha lo que hace es radicalizar la sociedad a nivel simbólico-discursivo, pero la adormece a nivel político-estructural. Pone a la gente a luchar contra enemigos existenciales para que se olvide de los enemigos materiales que no están en un exterior constitutivo. Sin embargo, es una lógica política particularmente efectiva en estos tiempos de crisis e incertidumbres. Por eso es que progresistas, y demócratas en general, debemos entenderla bien para enfrentarla con efectividad. Este escrito intentó aportar algunas claves en ese sentido.
Lo que dice la gente