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Las personas detrás de las remesas

Las personas detrás de las remesas

Viví fuera de la República Dominicana 8 de los últimos 13 años. Estuve dos años aquí en esta gran ciudad, seguido de un año en Palo Alto, California. Volví a la República Dominicana, y allí estuve cinco años. Fue en ese periodo de tiempo en el que me dediqué a construir Opción Democrática, el partido por el que hoy aspiro al Congreso, para entonces luego regresar de nuevo a los EE. UU. y pasarme cuatro años en la ciudad de Los Ángeles.

En mi caso, mi venida a los EE. UU. no fue forzosa. Afortunadamente no buscaba escapar de la pobreza material. Tampoco fui víctima de persecución política, aunque, de una forma u otra, y esto es importante que lo recordemos siempre, todas nuestras acciones están condicionadas por la política… condicionadas por las decisiones políticas que toman quienes ocupan cargos públicos.

Vine a los EE. UU. a formar parte de una conversación que no se daba en la República Dominicana. Que todavía hoy no se da. Vine en búsqueda de herramientas para poder entender y enfrentar esas realidades que para mí no eran normales y que hoy sé que no son ni deben entenderse como normales. Me refiero a la desigualdad y los contrastes que marcan la vida en suelo dominicano, me refiero a los altos niveles de crecimiento económico que conviven con unos de los sistemas educativos más deficientes de toda la región latinoamericana, me refiero al estado de abandono en el que se encuentra la Universidad Autónoma de Santo Domingo y el sistema universitario en su conjunto, que, por cierto, debería ser la punta de lanza de cualquier proyecto transformador. Me refiero sobre todo a la poca apertura que los espacios de poder muestran hacia la diversidad de ideas y perspectivas. Los temas que yo veía con ojos críticos y que entendía debían ser objetos del diálogo se ignoraban. ¿Acaso no es el diálogo permanente lo que nutre y fortalece a una democracia?

Entonces, de alguna manera yo vine a los EE. UU. en búsqueda de respuestas, o tal vez vine en búsqueda de preguntas, porque la verdad es que hoy tengo muchas más preguntas y creo que preguntas más agudas que las que tenía en ese momento. 

Y ustedes se preguntarán: ¿por qué es esto relevante para hablar de la diáspora? 

Lo primero es que, al presentarme, queda evidenciado que no podemos hablar de una diáspora en singular, porque diásporas son muchas. Mi historia es distinta a la de muchos de ustedes. Son muchas las razones para querer migrar, aun no sea físicamente. En mi caso, permanecí de manera intermitente ocho años en los EE. UU. motivado por el deseo de aprender y comprender la vida en la República Dominicana y eso es fruto de una condición de privilegio, sin dudas.

Para quienes dicen que no se puede estar en dos lugares al mismo tiempo, hay quienes nunca han viajado, pero viven con una sensación de indefinición, con una identidad inconclusa. Hijos y nietos de dominicanos que a pesar de no conocer la República Dominicana también la identifican como su hogar. Sus corazones son tan grandes y bondadosos que tienen para compartir entre dos naciones. Y no obstante esta diversidad que define a las diásporas y que tiene que ver con el por qué migran, con el cómo migran, con la capacidad que puedan tener o no para mantener los vínculos transfronterizos, la política dominicana ha reducido a los dominicanos que viven fuera de la República Dominicana a una sola cosa: las remesas. A las contribuciones económicas que los gobiernos entienden que los dominicanos que ingresan dólares y euros pueden hacer. 

Y esa narrativa totalizadora es engañosa y peligrosa y limitante para el dominicano ausente.

Por un lado, los gobiernos venden el crecimiento sostenido de las remesas como un logro económico propio. En un periodo de 10 años, la República Dominicana más que duplicó la cantidad de remesas que recibía, pasando de 4,000 millones de dólares en el 2011 a más de 8,200 millones de dólares en el 2020. Esas remesas alcanzaron su máximo nivel en medio de la pandemia del COVID. El periodo enero – agosto del 2021 superó en casi un 40% el monto de remesas recibidas durante el mismo periodo del año previo y representó más que el total de remesas recibidas en el año 2019 completo. 

El que sólo ve los números sin entender su origen posiblemente se alegra. Pero resulta que las remesas no reflejan nada positivo sobre el desarrollo económico de la República Dominicana. Por el contrario, ponen en evidencia la extrema debilidad del modelo económico dominicano y la fragilidad de la vida de los dominicanos en la isla. De lo que hablo es de un país donde prácticamente el 60% de la economía es informal, donde no existen incentivos reales para la formalización de los emprendimientos, y donde el 80% de los asalariados ingresa menos de 30,000 pesos mensuales.

En última instancia, las remesas sirven para mitigar los niveles de indigencia en la isla. NO contribuyen al fortalecimiento de las capacidades productivas dominicanas. Los países con altos niveles de desarrollo humano no son países receptores de remesas. Los países que más remesas reciben en términos absolutos y donde esas constituyen un porcentaje alto del tamaño de la economía son Estados pobres, con las mismas debilidades institucionales que la República Dominicana: me refiero a El Salvador, Honduras, Haití. 

Les decía que la historia de las remesas es engañosa. Si algo hace mal un sistema que recae sobre las remesas, es que supone. Supone que quienes viven fuera de la República Dominicana por tener ingresos en monedas más fuertes que el peso dominicano están en condiciones de enviar dinero a sus familiares en la isla y ese no es el caso. Tomemos un ejemplo concreto. La segunda fuente de remesas más importante para los dominicanos es España, pero la condición del migrante en España no es una condición de comodidad. El desempleo de la población migrante alcanzó el 26.8% durante el COVID. Y, sin embargo, las remesas promedio por transacción de España son más altas que EE. UU. Durante el COVID, la transacción promedio de España por remesa fue la segunda más alta después de Suiza alcanzando los 368 dólares.

Para el Estado dominicano, las remesas pasaron de ser un deseo, a una necesidad y esa necesidad surge de su fracaso doble. Primero está el fracaso del Estado que empuja a que las personas migren y luego, ese mismo Estado que los empuja se jacta de las remesas como si fueran fruto de buenas gestiones gubernamentales. El Estado dominicano es incapaz de proveer un entorno propicio para la vida digna y luego entonces promueve el envío de recursos. Para el Estado, la pregunta no es si los dominicanos en el mundo van a enviar remesas ni cuándo las enviarán, sino cuánto. ¿Qué tanto dinero enviará?

No menos importante, las remesas generan una especie de maldición de recursos donde el Estado recibe dinero que, no solo es incapaz de convertir en desarrollo, sino que también le genera un poder inorgánico.

Esa “maldición de recursos” tan estudiada por los economistas en países petroleros y ricos en recursos minerales podría sernos útil para entender la lógica impuesta detrás de las remesas. Esos países ricos en petróleo o recursos mineros tienen un poder que no pasa por la voluntad de la ciudadanía. Es decir, no es el ciudadano el que con su trabajo o sus niveles de productividad le genera el poder al Estado, sino la naturaleza. De igual forma, el ingreso por concepto de remesas responde a la necesidad de la familia dominicana. Existe por la solidaridad y generosidad de dominicanos en el exterior para con sus seres queridos, a pesar del gobierno. El gobierno genera esos ingresos no por su capacidad de garantizar calidad de vida para su ciudadanía sino todo lo contrario. De hecho, tiene un poder sin contrapeso que se torna peligroso. Recibe un ingreso no por hacer las cosas bien sino a pesar de su fracaso. No es una riqueza fruto de un desarrollo económico intencionado y planificado. Y yo, Samuel Bonilla, creo en que las cosas se logran con intencionalidad, con propósitos y objetivos claros.

Por favor les pido que no me mal interpreten. Con esto no intento culpabilizar a nadie de enviar remesas. No. Si algo merece la diáspora es un reconocimiento. De lo único que son responsables las diásporas es de salir adelante a pesar del Estado que los expulsó y que hoy imposibilita el retorno de quienes aún conservan ese deseo.

Para quienes aún no están convencidos de lo que les digo, esa visión reduccionista, casi explotadora que promueve el Estado dominicano cuando celebra las remesas tiene dos problemas adicionales a los que quiero le prestemos atención. 

El primer problema es que reduce a la persona a su dinero. Nada es más dañino que la política que pierde de vista al ser humano y sólo ve su capacidad monetaria. Esa es la mirada propia de sociedades que excluyen y marginalizan, como las nuestras. Y digo las nuestras porque de alguna manera, muchos de los problemas que sufrimos en República Dominicana se viven también aquí en los EE. UU. Esa mirada es propia de quienes optan por privatizar y negarnos nuestros derechos, de quienes fomentan el student debt porque concibieron la educación como mercancía y no como derecho, es la mirada propia de quienes dicen que no llega agua potable a la casa del dominicano porque no la paga y así muchos casos más. Y son esos niveles de exclusión los que conducen a las aventuras autoritarias, a los outsiders disfrazados de demócratas, a los Trump del mundo, a los Bukele, a los Bolsonaro, a los Milei, a la pérdida de confianza en la participación y por tanto en la democracia.

Se los digo con conocimiento de causa. Se los dice un candidato a diputado en un país donde la política parecería girar en torno al dinero y por eso los únicos beneficiarios de la débil democracia son los intereses de políticos particulares y sus contrapartes privadas, pero no el pueblo dominicano. Cuando el dinero es el requisito de entrada, estamos admitiendo que no somos iguales. Estamos diciendo que sí, que de hecho hay quienes merecen más y otros que no merecen.

Lo segundo y relacionado a este último punto, la mirada reduccionista anula la posibilidad de una conversación. Entra en contradicción con una de las definiciones más poderosas de la diáspora y es esa que piensa a las diásporas como diálogo permanente. La mirada reduccionista no nos sirve para escuchar a las diásporas, para entender a las personas detrás de esas remesas. Las razones por las que las diásporas migran, tanto física como mentalmente, quedan desatendidas. Y para eso estamos aquí hoy. Para intentar darle un espaldarazo a la conversación.

Es más, es tan literal eso que les digo que fíjense cómo se vincula el Estado dominicano a la diáspora: con un consulado que cobra peajes por sus servicios, o abriendo oficinas del Banco de Reservas que no son más que pantallas, “store fronts”, como dirían aquí, pues no están autorizados para realizar la mayoría de las operaciones de un banco comercial común y corriente. Lo que yo entiendo necesita la diáspora es un Estado dominicano que funcione, que sea capaz de promover un país donde los dominicanos quieran y puedan vivir bien, construir un país al que ustedes quieran y puedan volver. Que lo que genere orgullo sea nuestra capacidad de generar un entorno donde la gente pueda ser feliz, genuinamente feliz.

La romantización de la solidaridad de la diáspora desvirtúa la conversación y nos aleja de las verdades, muchas veces dolorosas, asociadas al desplazamiento o a lo que significa formar parte de la otredad en un país que ni siquiera es tuyo. Por eso la mirada que simplifica y que no tiene como objetivo educar solo logra eliminar historias y vivencias… y por tanto elimina a las personas. Les quita poder.

Siendo así, tenemos que pensar y preguntarnos: ¿quién gana y quién pierde de ese ejercicio de excesiva simplificación y romantización?

Gana el conjunto de actores políticos que han gobernado a la República Dominicana hasta ahora, pues ven a los ciudadanos resolver necesidades inmediatas sin ayuda del gobierno.

¿Quién pierde? El pueblo dominicano pues no hay accountability para los fracasos de los distintos gobiernos.

Por eso la importancia de espacios como este, pues de lo que se trata es de complejizar el estudio de la diáspora, de mirar con ojos críticos el pasado y el presente para poder lograr un mejor futuro para todos. 

Entonces, ¿quiénes somos las diásporas?

Lo primero y lo más importante es que – y no me cansaré de repetirlo – las diásporas son personas, seres humanos. Y las personas somos una acumulación de experiencias, vivencias, somos valores que intentamos hacer tangibles en nuestras cotidianidades. Es tan así que muchos nos desplazamos para protegerlos. Hoy, la República Dominicana es una nación de diásporas. Más de la 5ta parte de su población vive fuera de suelo dominicano, y en su gran mayoría, salen procurando una vida que la República Dominicana no pudo ofrecerles. Y aunque pueda parecer contraintuitivo, ahí radica gran parte del valor de la diáspora: en su riqueza experiencial. Su agencia, ya sea para desplazarse físicamente o para atreverse a poner en práctica nuevas ideas, nuevas visiones, aun permaneciendo en el mismo lugar, mostrando apertura a nuevas realidades… Eso es lo que las hace grandes.

Y detrás de esa diversidad de experiencias hay una cosa que todas y todos tenemos en común. Más allá del lugar de origen que es la República Dominicana, si es que alguna vez vivimos en allá o simplemente heredamos el vínculo por medio de nuestros padres u abuelos, somos una consciencia colectiva que reconoce la perfectibilidad de la vida en ese lugar de origen. Es decir, en calidad de otredad que somos, reconocemos que el país puede y tiene que ser mejor. Las diásporas somos una consciencia colectiva crítica, fruto de nuestras experiencias, del desplazamiento físico y/o emocional. Ese sentimiento de pertenencia compartido entre dos naciones o en mi caso que ya estoy de regreso en República Dominicana, el sentirme ajeno a la lógica del Estado dominicano, nos hace personas idóneas para impulsar grandes cambios. 

¡Sabemos que vivir de otra manera es posible!

Y esto lo conecto con una de las ideas económicas progresistas más importantes de finales de la segunda mitad del siglo XX y que yo aspiro guíe nuestras acciones como colectivo. Joseph Stiglitz, que es profesor en la universidad de Columbia a unas cuadras de aquí lo resume de la siguiente manera: 

"La verdadera fuente de la riqueza de las naciones descansa en la creación: en la creatividad y la productividad de la gente que constituye una nación y las interacciones entre sus miembros. Descansa en los avances científicos, que nos enseñan a desentrañar las verdades ocultas de la naturaleza y a emplearlas para lograr avances tecnológicos. Asimismo, descansa en los progresos en nuestra compresión de la organización social".

Ideas y reglas de juego. Creatividad y organización social. Las cuestiones que definen dónde queremos vivir. Y al final, el tipo de instituciones que tenemos, la reglas que definen cómo interactuamos, y cómo vive el colectivo responden a nuestras ideas. Somos nosotros la fuente de la riqueza. Las y los dominicanos, vivamos donde vivamos, sin importar nuestra ocupación, por la diversidad de experiencias e ideas a las que hemos estado expuestos.

Por eso, pienso en el potencial de la diáspora de ayudar al territorio dominicano a construir una nueva arquitectura cultural basada en experiencias y sobre todo en los valores comunes más universales, que levantarían al dominicano y preservarían su dignidad, y con dignidad quiero decir el valor del ser humano por serlo. Un nuevo orden institucional y social que garantizaría mayor calidad de vida.

La otra razón por la que entiendo en la diáspora habita un enorme potencial transformador es la distancia. A simple vista, la distancia física podría parecer un impedimento para opinar e integrarse a la conversación que se da en suelo dominicano, pero en realidad, esa condición de exiliados es precisamente la licencia para poder ser críticos sobre el país y sus problemáticas.

Todo ser humano está condicionado por su entorno. Lo condicionan sus familiares, sus grupos sociales, el “qué dirán de mí.” Lo condicionan los medios, lo que lee en la prensa o lo que ve por la televisión, la información que recibe vía las redes sociales, a veces sutilmente, otras veces de manera avasallante. Sobre todo, y vuelvo al dinero, en este mundo donde parece reinar la plata, lo condiciona su empleador. En República Dominicana, los empleadores condicionan. En muchos de los espacios de trabajo privado no se puede hablar de política (cosa que es imposible, porque, ¿qué no es político?). Si eres empleado de gobierno, entonces no puedes apoyar a la oposición. La mera asociación muchas veces supone la terminación del vínculo o simplemente te hacen la vida imposible. Aunque sea difícil reconocerlo públicamente, en la República Dominicana se respira mucho miedo. Y eso es legado de Trujillo y Balaguer, pero también es un legado que han seguido fortaleciendo y perfeccionando los gobiernos de los últimos 30 años.

Los miembros de la diáspora no tienen por qué sentirse presionados ni por los medios dominicanos, ni por los grupos económicos, ni por los gobiernos… o por lo menos no de la misma manera que quienes viven en República Dominicana. La distancia es un privilegio que les permite mantenerse críticos frente a una realidad compleja. Ojo: no confundamos el ser críticos con ser criticones.

La República Dominicana es un país insular. Y no lo digo en el sentido literal. Me refiero a que es un país cerrado al mundo. Se jacta de decir que es una economía abierta, y de alguna manera lo es, pero eso sólo supone la importación y exportación de productos comerciales. Las ideas no entran y salen con la misma facilidad porque las ideas atentan contra el poder político. Pienso por ejemplo en los avances que hemos conquistado en el mundo respecto de los derechos de la mujer. La legislación de la mayoría de los países del mundo ha ido entendiendo la autonomía de la mujer sobre su cuerpo como un aspecto consustancial a su dignidad. Y sin embargo, aun hay países en el mundo que aun penalizan absolutamente la interrupción del embarazo, incluso cuando la vida de la madre corre peligro. Uno de esos países es República Dominicana. Pienso en México como un país latinoamericano que impone temas en la región, por razones obvias. México recientemente despenalizó el aborto y, sin embargo, lo único que el poder político en República Dominicana parecería observar con interés es el formato de alocuciones del presidente AMLO. Eso sí lo replica rápido el poder político. Sobre la mujer y sus derechos, los gobernantes se niegan a comentar bajo el pretexto, porque es eso, un pretexto, de la separación de los poderes del Estado. ¿Qué tiene eso de moderno y revolucionario?

Digo todo esto porque lo único más político que una idea es la idea que procura el bienestar y la dignidad del colectivo. La decisión de vincularnos con el mundo exclusivamente en términos comerciales, pero ignorar las discusiones que tienen que ver con la garantía de nuestros derechos, la decisión de ignorar las conversaciones que tienen que ver con el origen de nuestra condición de diáspora, es una decisión política muy peligrosa.

Ojalá todos los que quieran regresar al país lo puedan hacer porque en el país las condiciones están dadas para que vivan bien. Dicho eso, también hay fuerza política en el hecho de permanecer en el exterior. Las redes transnacionales de conocimiento que posibilitan las transferencias de tecnología, por ejemplo, son posibles gracias a la diáspora. Es decir, un dominicano en Nueva York es nuestro vínculo con Nueva York y así en cualquier parte del mundo. Si no estamos del todo solos y aislados del mundo es porque existen comunidades diaspóricas.

Entonces, para cerrar, quiero resumir mis palabras en tres ideas.

1.         Somos mucho más que dinero, somos seres humanos, por naturaleza dialogantes. Reconocer eso es el primer paso para conquistar nuestra dignidad.

2.         La consciencia colectiva que es la diáspora dominicana tiene todas las condiciones para ser una voz crítica al servicio de la República Dominicana. La raíz de las problemáticas que enfrentan nuestras diásporas pasa por las debilidades del Estado dominicano.  

3.         En calidad de excluidos que somos las diásporas, tenemos una ventaja a la hora de pensar la República Dominicana. Después de todo, RD es un país de excluidos. Cómo dijo alguien recientemente, nos hemos convertido en “una democracia sin gente.”

4.         La fuerza electoral que ahora poseen los miembros de las diásporas es políticamente relevante. Esa relevancia se materializa cuando el deseo de participar electoralmente viene motivado por una nueva visión de la política, una nueva mirada, nuevas ideas y no sólo nuevas caras y colores.




Este texto fue la disertación de Samuel Bonilla en la conferencia “La Dualidad de Nuestra Identidad en La Diáspora” en Lehman College, New York.

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