El fin de semana pasado el nieto de Trujillo (es tan grotesco a la vez que pequeño el personaje que no vale mencionarlo por su nombre) logró que la Junta Central Electoral le reconociera un partido político. Cuando suceden hechos de este tipo debemos proceder de la indignación al análisis. Así, propongo que enfoquemos este tema en dos claves. La primera tiene que ver con qué nos dice del tiempo que estamos viviendo la centralidad mediática que un individuo logra sólo por llevar el apellido de un antiguo dictador. Y la segunda refiere a lo que esto nos advierte sobre la debilidad de la democracia. ¿Por qué precisamente en esta época emerge un imaginario que hace ver a Trujillo como bueno?, ¿en nombre de la democracia se le tienen que abrir puertas institucionales a los que quieren o pueden destruirla?
Hoy día vemos que en diferentes países latinoamericanos se blanquean dictaduras derechistas del pasado. Sucede en Chile con Pinochet, en Argentina con Videla, en Guatemala con Ríos Montt, en Paraguay con Stroessner y en nuestro país con Trujillo. No es casualidad que esto ocurra justo ahora. Vivimos tiempos de crisis e incertidumbre debido a un presente inestable y un futuro que se nos presenta como distopía. La gente tiene miedo ante lo que hay y lo que viene –nos dicen– no será mejor. En ese contexto, emerge con fuerza el imaginario de la conservación. Estamos, así las cosas, ante un escenario subjetivo que tiende a posiciones reaccionarias. Se configura lo que defino como un reaccionarismo sociológico que permite que ideas ultraconservadoras que antes hubiesen sido inadmisibles hoy circulen como lo normal. De modo que es tiempo propicio para que, sectores reaccionarios políticamente organizados, tengan éxito instalando el relato de que dictadores derechistas del pasado fueron buenos o necesarios.
En escenarios como el actual, donde se tambalean las certezas que estructuraban nuestro mundo, tiende a ganar centralidad el significante orden. Fue lo que sucedió en la Europa de entreguerras (1918-1939) donde, como demuestran historiadores de ese periodo como Emilio Gentile, el fascismo encarnado en un líder fuerte que reordenara todo se convirtió en el factor político de mayor movilización. Cuando las crisis se procesan en términos de miedo a lo que puede surgir, el orden surge como elemento de uniformización social a través de la restitución de ciertos valores supuestamente amenazados. Por ello es por lo que hoy día son tan movilizadores esos discursos vinculados a idearios de la homogeneidad nacional, “defensa de la familia”, entre otros. El orden como significante de recuperación de algo que se perdió o está amenazado.
El tercer elemento para destacar en este punto tiene que ver con que, a la luz de lo antes dicho, actualmente vivimos en sociedades ideológicamente derechizadas. De ahí que todas esas propuestas reaccionarias repitan el mismo discurso anticomunista. Un elemento en principio risible porque colocan la lucha anticomunista como algo urgente en un mundo actual donde el comunismo no existe. Ni siquiera es una posibilidad teórica. Toda vez que las izquierdas de este tiempo, para ser electoralmente viables, deben moderarse completamente. De forma tal que lo más “radical” que pueden proponer es recuperar, en clave de garantía de derechos, los estados de bienestar del capitalismo keynesiano. Cualquier cosa que propongan más allá de ese tipo de encuadre es asumida como “extremista” incluso por los llamados liberales. De suerte que el anticomunismo de personajes como el nieto de Trujillo, y el espacio ideológico en el que se mueve, es una farsa que lo único que persigue es justificar privilegios de ciertos grupos.
Dicho lo anterior, pasemos a la otra parte de este análisis. La democracia es, nos dice Bobbio, tanto un ideal como un procedimiento. Sin embargo, para este autor la parte del procedimiento es la más importante porque es la que permite cristalizar en leyes y mecanismos concretos los dos ideales democráticos fundamentales: igualdad y libertad. Empero, la democracia implica un pacto social muy frágil. Que, en el contexto de las sociedades contemporáneas, implica que ciudadanos desvinculados de lo público que dedican casi todo su tiempo a actividades privadas vinculadas a su subsistencia, tengan que validar las instituciones democráticas mediante formas de participación acotada como la del voto.
Por otra parte, nos dice Rosanvallon que la democracia es “estructuralmente inestable” porque promete cosas como la igualdad de todos que nunca puede cumplir sustancialmente. Por ello es tendiente a las crisis y desconfianza. Y de ahí que todas las épocas tengan su “crisis de la democracia”. Así pues, para que un sistema democrático persista en el tiempo tiene que definir unos límites que establezcan qué cosas y, especialmente, quiénes deben quedar fuera del juego democrático. Cuando estos límites o controles fallan, nos muestra esa gran maestra política que es la historia (Tronti), la destrucción de la democracia siempre viene de dentro de ella misma. Fue el caso de Hitler y los fascismos en el siglo XX. Y está ocurriendo ahora con las ultraderechas que ganan elecciones proponiendo suprimir principios democráticos elementales.
Las instituciones republicanas deben proteger la democracia de sus inherentes debilidades, aporías y promesas incumplidas. Para impedir que, en nombre de ella misma, se la debilite hasta prácticamente eliminarla. Esas propuestas reaccionarias, de tintes fascistas, que piden uniformizar nuestras sociedades diversas y restaurar órdenes pasados donde solo unos pocos tenían derechos garantizados, tienen que colocarse fuera del juego democrático. Pero lamentablemente, al igual que sucedió en la época de entreguerras cuando surgió el fascismo como lucha anti izquierdista, ya vemos algunos liberales diciendo que hay que dejar que esas alternativas participen del juego democrático. Toda vez que se constata que muchos, al final, de liberales tienen poco puesto que no reaccionan igual cuando se trata de propuestas de izquierda radical. En esos casos no paran de lanzar condenas.
Es la propia teoría liberal de la democracia la que rechaza que se abran puertas institucionales a personajes como el nieto de Trujillo. Quienes al tiempo que usan el juego democrático defienden dictaduras que eliminaron la democracia. Y es una gran miopía argumentar que comoquiera van a perder. Porque la clave no es que ganen o pierdan elecciones concretas. La clave es que estando dentro del juego democrático son capaces de mover la opinión pública hacia extremos reaccionarios. Haciendo que los que sí ganan tengan que asumir sus marcos discursivos y prácticas antidemocráticas. Porque no olvidemos algo: lo peor de las dictaduras es que dejan una cultura que normalmente sobrevive al dictador. Y todavía, aquí en nuestro país, tenemos una cultura marcada por el trujillismo. Actuemos a tiempo.
Muy buena explicación de lo que está pasando, la democracia abre las puertas para su propia anulación