“Le vamos a hacer peor que lo que hizo Trujillo, la Masacre del Perejil”, dice amenazante un joven que aparenta unos 18 años en un video de TikTok, utilizando la bandera dominicana de fondo. “La masacre del perejil, ahora venimos con el remix”, continúa el joven, con la valentía que da sentirse validado por el poder político, en un video que acumula 39 mil reproducciones. Sobre el video, hay una gráfica que dice “Solución e’ perejil remix”. El muchacho, en su cuenta de TikTok de más de 11 mil seguidores, tiene la oportunidad no solo de hacerse escuchar frente a una gran audiencia, sino de sentirse fuerte y poderoso, aplastando a personas más vulnerables que él con sus palabras, proponiendo su propia “solución final” para lo que considera que es el origen de todos sus malestares como ciudadano dominicano.
También en TikTok, un audio que dice “Abinader da la orden”, con un efecto de un visor de un arma de fuego, ha sido utilizado por más de 24 mil personas para grabar a personas haitianas y/o negras en sus labores cotidianas, ya sea como deliveries de colmados o trabajando en construcción, siendo apuntadas por un arma. De forma aparentemente inofensiva, en la misma red social donde se puede botar el golpe viendo clips de bailes de artistas pop, la sombra de aquella masacre de 1937 resurge como un evento del que se puede participar virtualmente en 2024.
Y después está la cuenta de TikTok de Telemicro, donde una parodia del Presidente del Consejo de Transición de Haití, Edgard Leblanc, acumula 214 mil reproducciones. En dicha parodia, el imitador de Leblanc, quien se volvió viral por beber directamente de una jarra durante su discurso ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), utiliza el agua de la jarra para limpiarse las axilas. En Tiktok, la red social que más consumen diariamente niños, niñas, adolescentes y adultos en República Dominicana, con risas pregrabadas y un actor maquillado de negro, el canal con más audiencia del país cuela un sinnúmero de prejuicios raciales en la televisión abierta, expandiendose a nuestros grupos de whatsapp, en la risa de nuestros seres queridos.
Crecemos naturalizando la existencia de liderazgos políticos fascistas a través de las clases de historia (si tenemos el privilegio de haberlas tomado). Crecemos viendo a los responsables más visibles del holocausto y la masacre de 1937 como verdaderos monstruos. Pero no siempre nos enseñan que no fueron solo los monstruos quienes ejecutaron e hicieron posible aquellos genocidios, sino también las personas que “solo seguían órdenes” y las personas indiferentes al mal del otro. Personas que convirtieron ideologías que se sostienen sobre el desprecio, el odio y la eliminación del otro, en su identidad, su patria y su bandera.
Crecemos sin anticuerpos para enfrentar el racismo y la discriminación en la cotidianidad, cuando nuestros círculos más cercanos, las personas que amamos y que vemos como gente de cuidado y amor, realizan un comentario deshumanizante y violento, o un chiste que a simple vista es “inofensivo”. Crecemos rehuyendo al conflicto porque, quién en su sano juicio, en el país donde se bailan hasta los anuncios, quisiera ser percibido como una persona que cuestiona hasta los chistes que se hacen de sobremesa. Nos enseñan de genocidios, pero no nos enseñan cómo somos proclives de caer en el contexto que sienta las bases para uno: el racismo, producto de la creación sistemática y propagandística de un “enemigo” que, supuestamente, es culpable de todos los males que nos aquejan.
Para que ocurra una masacre como la del 1937 no hacen falta solamente monstruos que den la orden, sino la indiferencia de los testigos, quienes, en sus cabezas, ya han deshumanizado al otro lo suficiente como para que no les importe.
Antes de que sea muy tarde, es momento de hacer una pausa frente a esa consumo impulsivo de contenidos que nos tiene anestesiados y preguntarnos cuál es nuestro rol en este contexto, si simplemente ser indiferentes porque no somos lo suficientemente negros para que migración nos detenga arbitráriamente en la calle, evadir cualquier discusión porque no queremos que nos tilden falsamente de “antidominicanos”, reírnos de un chiste aparentemente inofensivo, darle a reenviar a un contenido discriminatorio porque dice “reenviado muchas veces” o cuestionarnos de qué estamos alimentándonos, cuál es la sociedad que estamos construyendo y en qué puede desencadenar toda esta hostilidad. La historia también es un espejo de lo que no debe volver a suceder.
Los chistes, los prejuicios y otras actitudes cotidianas basadas en estereotipos, son los cimientos sobre los que se construye la posibilidad de las peores formas de violencia que han sucedido en la humanidad, aquella “solución final” que hoy plantea con ligereza ese joven de menos de 20 años haciendo uso de TikTok. Ya que el liderazgo político dominicano ha decidido utilizar a los migrantes haitianos como objeto de distracción, es momento de construir anticuerpos no siendo indiferentes contra esa violencia que invade nuestro sistema inmune como un virus y nos hace pensar que odiar equivale a ser patriotas.
Lo que dice la gente