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Desmontando los mitos monárquicos que divulgan conservadores y neoliberales 

Desmontando los mitos monárquicos que divulgan conservadores y neoliberales 

El 8 de septiembre de este año, con la muerte de Isabel II, descubrimos que la extinta monarca de Inglaterra tiene muchos dolientes por estos lares. Y de entre esos apesadumbrados dolientes sí que han sorprendido los conservadores y neoliberales que desde ese día dieron nacimiento a una nueva corriente de la ciencia política; según la cual los países más prósperos del mundo son monárquicos. Y lo más audaz: que son prósperos por ser específicamente monárquicos. Más de un británico se reiría leyendo o escuchando estas ocurrencias de gente del sur global que ama los símbolos premodernos del Norte. Ellos no están acostumbrados a los malabarismos conceptuales que suelen hacer nuestros conservadores a la hora de defender sus marcos ideológicos. Pero ironías al margen propongo la siguiente reflexión para que, desde tres enfoques, veamos cómo se desmonta el mito insostenible (y moralmente indefendible) de la supuesta prosperidad monárquica. 

En primer lugar, hagamos un poco de teoría política para especificar cuál es la justificación histórica y conceptual de las monarquías europeas todavía existentes. Walter Bagehot, autor cumbre del monarquismo inglés, escribió en su obra seminal “The English Constitution” que en una monarquía constitucional el rey o reina encarna la parte “solemne” del poder y el primer ministro o ejecutivo electo la parte “eficaz”. Todo poder requiere de una justificación en la que descanse la dominación que ejerce sobre la sociedad. Hay tres poderes fundamentales: político, económico e ideológico. Cada uno de estos poderes establece relaciones de desigualdad en términos de quiénes lo tienen y quiénes no (Bobbio). Así pues todo poder, sobre todo el político que es el fundamental ya que puede someter los otros dos, necesita inscribirse en un marco de justificación. Para que sea aceptado no sólo por su capacidad coercitiva sino, y esto es lo clave, porque la gente lo asume en términos positivos. De ahí lo que nos dice Weber sobre la “legitimidad tradicional” en tanto forma de legitimación en la que el poder político genera aceptación en la medida de que se lo vincula con el marco de tradiciones constitutivo de un pueblo o nación. En ese contexto las tradiciones, como sostuvo Edmund Burke, funcionan como aquello que da sustancia a lo que permanece en el tiempo a través de un nexo institucional. 

Así, las monarquías se justifican en la actual modernidad, donde el poder no tiene fundamentos trascendentales y es un “lugar vacío” que necesita validarse de tiempo en tiempo (Lefort), porque representan lo que permanece. Encarnan lo solemne cristalizado institucionalmente. Por ello es que los monarcas europeos como la fallecida Isabel II hoy carecen de poder efectivo. Esto porque para justificar su existencia bajo el paradigma moderno donde el poder político debe someterse a la voluntad popular, reyes y reinas, tienen que quedar fuera de la lucha política. En el contexto de esa configuración son el Estado, entendido como lo que permanece, no el gobierno que es lo cambiante por cuanto atravesado por la conflictividad político-social. De modo que una monarquía dejaría automáticamente de existir si asume posiciones partidarias o ideológicas. Su existencia actual está basada, esto es su legitimidad, en que sea neutral.  

Dicho esto, ya en el segundo punto, resulta por lo tanto bastante ilógico sostener que países como Bélgica, Inglaterra y Suecia son prósperos debido a unas monarquías que, al menos en los últimos 150 años, no han tomado parte en sus decisiones políticas fundamentales. Es decir, que carecen de poder efectivo. De manera que los marcos institucionales de esas naciones, que es lo que realmente garantiza la prosperidad que tienen, se han definido no gracias a sus monarquías sino incluso a pesar de ellas. Porque han sido producto de luchas político-sociales históricas en las que, por ejemplo, el estado liberal limitado del siglo XIX tuvo que ampliar sus responsabilidades sociales, a partir del siglo XX, para garantizar derechos de ciudadanía. Un estado liberal capitalista que adoptó nociones de libertad positiva, republicanismo y socialismo para dar lugar al estado de bienestar social del que gozan hoy todos esos países. Donde fue la política contingente la que permitió que el liberalismo convergiera con democracia para abrir paso al sufragio universal, igualdad sustancial entre hombres y mujeres, derechos laborales, marcos regulatorios sobre el mercado, entre otros. Y, tras la Segunda Guerra mundial, fue lo que posibilitó el acuerdo entre capital y trabajo que creó las actuales clases medias prósperas de ese mundo avanzado (Offe; Piketty). Por lo tanto, no son las monarquías solemnes con sus ceremoniales medievales lo que fundamenta tal prosperidad. 

Por otro lado, como tercer punto, los conservadores y neoliberales suelen evadir las cuestiones fácticas de esas sociedades avanzadas que invalidan sus marcos ideológicos. Por ejemplo, cuando miran a Inglaterra sólo señalan su institución monárquica con los elementos de conservación y tradición que esta representa y que sí les conviene destacar. Ahora bien, eluden olímpicamente que en esos mismos países –¡en todos! – hay estados fuertes con amplios sistemas de bienestar social. Cosas que, cuando los progresistas proponemos para nuestros países, ellos dicen que es “comunismo”. Así de honestas son las actuales derechas mimetizadas en la lógica fake news de las ultraderechas. 

Sólo agrego unos datos simples (no suelo reproducir el fetichismo de los datos en mis argumentos): en los países nórdicos existe una carga impositiva promedio del 52%, mientras que en América Latina apenas llega al 30%. Inglaterra, Dinamarca, Suecia y Noruega aparecen entre los 10 países del mundo con más empleos públicos respecto a los privados. Ningún país latinoamericano está por ahí. Y, asimismo, en esos países se pagan altos impuestos y tienen muchos empleos públicos porque tienen estados grandes; y solo así es que sostienen semejantes sistemas de bienestar social que, a su vez, es lo que permite que sus poblaciones gocen de altos niveles de vida. Pero nuestros conservadores nos quieren decir que, a golpe del fallido neoliberalismo, con fantasías ideológicas de libre mercado y privatización de casi todo, es que vamos a ser como esas naciones avanzadas…Y, ante una facticidad que invalida totalmente el marco ideológico conservador-neoliberal pues no les queda más que decir que aquellos países son prósperos porque tienen monarquías. O sea, debido a que supuestamente son países de tradiciones y conservación. Hagamos un esfuerzo para no caernos de la risa. 

Finalmente podríamos también señalar que, si de riqueza de países europeos con monarquías queremos hablar, habría que señalar que casi todos fueron potencias coloniales hasta finales del siglo XIX y mediados del XX. Y, que fue a partir del proceso de despojo y acumulación colonial que naciones como Inglaterra crearon las condiciones de posibilidad de su actual riqueza excepcional (véase datos sobre la acumulación esclavista británica, francesa y estadounidense en el libro del francés Thomas Piketty “Capital e Ideología”, cap. II). Por lo que tocaría hablar de algo que a los conservadores (y sobre todo a neoliberales en sus elucubraciones ideológicas basadas en Mises, Hayek, Rothbard y otros) no les gusta y es que el actual capitalismo moderno se instaló sobre estructuras de dominación colonial que le precedieron. Es decir, de dominación estatal-política. Pero eso es material para otra reflexión. Aquí vinimos a desmontar los mitos monárquicos de los conservadores y neoliberales. Y eso creo ya lo conseguimos. 

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