
Hace siete meses, tuve mi primer bebé. Fue un parto largo, extenuante y demandante; uno de los momentos más vulnerables de mi vida. Contaba con el privilegio de tener un gran compañero, una doula y una doctora que velaban por mí, por mi cuidado, salud y deseos. También conté con el apoyo de toda una familia que esperó con emoción y alegría para finalmente recibir a nuestro pequeño Río. A pesar de todo ello, recuerdo el cansancio, el agotamiento, el sangrado abundante posterior al parto y la incomodidad de los puntos de la episiotomía. Tuve la dicha de vivir días llenos de mimos y atenciones, con personas pendientes de mi hidratación y alimentación, para poder nutrir y cuidar de mi bebé. Este fue uno de los momentos más bellos y retadores de mi vida.
El pasado 25 de abril, me sumé a dar apoyo al llamado de Justicia Reproductiva, que convocó a llevar kits con pañales, toallitas húmedas, toallas sanitarias, agua, jugo y fórmula a madres de la Maternidad de La Altagracia. Madres que, en vez de vivir con alegría la llegada de sus bebés, están enfrentando la enorme angustia de ser detenidas, sin pertenencias, con un recién nacido en brazos, aun con un cuerpo sangrante y cansado, en necesidad de cuidados. Con un bebé inocente en brazos que no entiende de países ni leyes.
Vi a Miriam sentada en la guagua de migración, habiendo dado a luz la tarde anterior. Estuvo en esa guagua hasta las 5 PM, esperaban a otras cuatro mujeres que aún no les daban el alta, pero estaban listas para dársela ese día. Después, serían llevadas todas al vacacional de Haina; allí no se sabe cuánto tiempo estarán ni en qué condiciones, ni ellas ni sus bebés. El “delito” que habían cometido estas mujeres para ser privadas de un mínimo de cuidado y humanidad es haber nacido haitianas.
Miraba a Miriam por la ventanilla de la guagua de migración, con su bebito en brazos. La miraba a ella y me veía a mí. No podía dejar de pensar si sangraba mucho, si le permitirían ir al baño, si la alimentarían, si le bajaría la leche para poder alimentar a su hijo en medio de ese estrés. No podía creer cómo el nacimiento, que es motivo de alegría, bendiciones y solidaridad, podía volverse en este espectáculo de horror orquestado por un Estado que tiene la responsabilidad de garantizar derechos. Hoy fue Miriam, ¿mañana quiénes seremos?
Creo plenamente que los dominicanos somos mejores que esto. Pienso en mi identidad, en mi patria, y pienso en la solidaridad, en las risas y en los valores cristianos de amor al prójimo. Ni las dominicanas aquí, ni las que dan a luz afuera, ni las haitianas que están aquí se merecen ese trato, esa violencia, ese abuso. Hacer cumplir leyes migratorias no puede lograrse a base de violarlas; la misma ley establece que “la detención nunca será utilizada en los casos de menores de edad, mujeres embarazadas o lactantes, envejecientes y solicitantes de asilo”.
Estas medidas sólo promueven el miedo y el odio. Miedo a que las personas accedan a servicios de salud a costa de su vida o la de sus hijos e hijas. Odio que deshumaniza a las personas haitianas y odio que genera reacciones de violencia. Me niego a que usen mi bandera en nombre de esta atrocidad. Sé que, como yo, son muchas las dominicanas y dominicanos que no estamos de acuerdo con estas medidas violentas ni con la violación de la ley, ni con este circo mediático que el gobierno quiere usar porque no ha podido dar respuesta a los problemas de raíz que tenemos. Tenemos que sumar nuestras voces para hacer que se detenga esta situación.
Lo que dice la gente