
Van en contravía o por las aceras. Irían por las paredes si la tracción lo permitiera. Se lanzan sobre los carros para luego culparlos del accidente y buscar un arreglo por fuera. No respetan una sola ley de tránsito. Ni los semáforos, aunque su vida dependiera de ello (aunque sí que depende de ello). En fin, ¿por qué los motoristas no pueden ser simplemente gerentes de un banco, funcionarios del PRM o instructores de yoga como la gente decente?
Pero esperen, que aún hay que hacer la distinción entre motorista y motociclista. El primero es un demonio pobre y criminal en dos ruedas, mientras que el motociclista es un hombre en crisis de mediana edad que resignifica su vida en chaqueta de cuero en pleno Caribe un ciudadano contribuyente fiscal que ha encontrado un digno hobby. Y por ahí va el discurso que manejamos, sin que la mala fama sea tampoco gratuita.
En consecuencia, la relación del motorista con la ciudad es tensa y violenta. A sus infracciones cotidianas se las normaliza o se les aplica la ley de manera antojadiza y arbitraria como se aplica la ley dominicana. Al mismo tiempo su categorización en ciudadanos de segunda se nota en cada espacio, desde los estacionamientos que se les deja en centros comerciales hasta la deshumanización constante: “el problema de si lo choco es que hay que pagarlo como nuevo”. Y con todo, la sociedad no solo los necesita, sino que parece pedirles milagros: queremos que las entregas lleguen rápido, pero también que respeten el tránsito. Queremos que lleven comida, pero que permanezcan tras los portones, invisibles y silenciosos. Queremos sus servicios, pero no su presencia.
El motor es la célula mínima de capital que le permite a cientos de miles de jóvenes sin necesidad de educación formal, pero sí de destreza, buscarse la vida mientras la arriesgan. Los 3.2 millones de motocicletas cumplen un rol clave en la economía dominicana. Ya no es solo delivery de colmado o mensajero de empresa o conchista. Lo que antes era hacer esquina, esperar a que vayan llegando los pasajeros desde las bocacalles que conectan barrio adentro con las avenidas y un mal llamado y precario transporte público, ahora desde una app pueden salir a buscarlos. También comida, las llaves que se quedaron, un insumo de producción o cualquier objeto de tamaño razonable.
La uberización descentraliza y acomoda, pero también apura y precipita. Siempre tardes para el siguiente pedido, para el siguiente pasajero, irse en rojo es la cosa más estúpida al tiempo que significa el racionalismo económico puro en la época de la mentalidad de tiburón, del máximo esfuerzo, del imperativo categórico del joceo. Irse en rojo es la hazaña de apostar la vida propia y la de los demás como la posibilidad de ahorrarse medio minuto en cada intersección, lo que puede representar una diferencia en unos cuantos pesos al final de cada día.
Profesión masculinizada como pocas, la tendencia a la mortalidad violenta es más que conocida. De las 1,949 muertes ocurridas en accidentes viales durante 2023, incluidos peatones, 1,338 fueron motores, de los cuales el 91% de los muertos fueron hombres1. Ponen el cuerpo y la vida, y las primeras víctimas son ellos mismos.
En ciudades y campos, el motor no es solo un medio de transporte, es un entretenimiento y una identidad. Llena un vacío, ofrece un escape, suma un sentido, por raro que nos parezca. Los chamacos calibran para sentirse hombres grandes y hacerse sentir, como era encabritar un caballo en un oeste de poca ley.
A partir de aquí solo resta decir lo obvio, que una convivencia más armoniosa pasa por mejor educación vial, mayor regulación y políticas sostenidas y coherentes que realmente funcionen. También podemos encontrar atajos. La famosa ciclovía de la Bolívar me pareció un experimento natural que demostró que un pequeño espacio que se les reconozca y asigne eliminaría muchas fricciones. Incluso se les podría permitir circular a los 17 ciclistas activos que hay en Santo Domingo, aquellos que usan la bicicleta como transporte, no como deporte.
Por el momento sigamos tranquilos, que siempre habrá un motorista dispuesto a hacer la misión, para llegar a tiempo y sin caso, por más que los tapones digan lo contrario.
Nota pertinente: el autor pasó de bicicleta a motor.
- Fuente: Registros administrativos de la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre.
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Lo que dice la gente