Los recientes y fallidos esfuerzos gubernamentales por entregar a manos privadas más de seis millones de metros cuadrados de áreas protegidas en Pedernales nos obligan a una reflexión sobre el tipo de desarrollo que queremos para nuestro país. Este es tan sólo un pequeño aporte a esa conversación que espero podamos alimentar como colectivo en lo adelante.
La evolución de la humanidad se hace acompañar de grandes aprendizajes. Uno de los más importantes tiene que ver con el cuidado del medio ambiente y nuestros recursos naturales. Desde mediados del siglo veinte, estamos cada día más conscientes de la crisis climática que vive el planeta. La evidencian el calentamiento global, el crecimiento en la intensidad de las lluvias y los huracanes, las crecientes sequías, la expansión de los desiertos y la elevación de los niveles del mar. Las discusiones que antes parecían unidimensionales o limitadas a campos específicos como las ciencias naturales y las ingenierías hoy muestran su indiscutible relevancia para todas las esferas de la vida económica, social y cultural.
Hoy sabemos, también, que los mal llamados “desastres naturales” no son naturales, sino que son el resultado de decisiones humanas y, por tanto, políticos. Estamos obligados a aprender a manejar el riesgo de manera inteligente y proactiva, reduciendo así nuestro impacto sobre el clima. Para quienes aún dudan de la existencia de dicha crisis climática, bastaría con recordar las inesperadas lluvias que golpearon a todo el Gran Santo Domingo a principios de noviembre del 2022 y que nos dejaron pérdidas humanas y materiales invaluables.
De ahí que el concepto de la sostenibilidad haya adquirido tanta fuerza. En el reporte de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de 1987, la tres veces primer ministra de Noruega, Gro Brundtland, afirma que “la humanidad tiene la capacidad de lograr su desarrollo de forma sostenible, que la humanidad sí puede satisfacer sus necesidades en tiempo presente sin comprometer las necesidades y aspiraciones futuras.” Un cuarto de siglo más tarde, hago eco de su afirmación y la convierto en pregunta. A fin de cuentas, ese es el meollo del asunto: ¿cómo logramos desarrollarnos hoy sin comprometer la calidad de vida en el futuro?
Una manera de lograrlo es atendiendo al cuidado del medio ambiente y de la gente.
La ciencia nos enseña que no en todos los lugares se debe construir y que nuestra calidad de vida está íntimamente ligada a la salud de los ríos y las playas. Nos enseña que hay que proteger los arrecifes coralinos porque esas selvas marinas son las responsables de las actividades económicas que brindan y podrían seguir brindando bienestar a los dominicanos en el futuro.
También nos enseña que la sostenibilidad requiere proteger los humedales. Medio siglo atrás pensábamos que los humedales eran espacios poco aprovechados, pero hoy sabemos que son fundamentales en la lucha contra el cambio climático: que retienen agua de lluvia, que nos proveen cantidades enormes de oxígeno, que son sumideros de carbón y que conservan preciosos ecosistemas de organismos vivos. Por eso, muy a pesar de quienes dicen que del medio ambiente no se come, lo cierto es que todos vivimos y comemos de él.
Pero las áreas protegidas no representan un impedimento para la actividad turística. Son su principal atractivo y ameritan ser tratadas como tal. En ese sentido, pudiéramos aprender mucho de la experiencia costarricense con su apuesta al ecoturismo que, entre otras cosas, entiende que valorar las áreas protegidas no significa distanciarnos de ella, pues tiende a ser muy difícil valorar aquello que desconocemos. Nos muestra una manera en la que el turismo y el desarrollo sostenible no sólo son compatibles, sino que también sirven al bien común.
La discusión sobre Pedernales amerita abordar un segundo elemento que, por demás, comienza a desmontar la falsa dicotomía construida en torno al proyecto de gobierno en la provincia Pedernales. Desde que se iniciaron los aprestos para impulsar un puerto de cruceros y atraer cadenas hoteleras de reconocimiento mundial, los propios promotores del Fideicomiso Pro-Pedernales han querido vender la idea de que el desarrollo del turismo (aun a costa de las áreas protegidas) es la única solución para el bienestar de los moradores de Pedernales. Y si bien el turismo puede ser una fuente de empleos y de creación de ecosistemas de producción en el Sur interesante, olvidan que el Estado dominicano siempre ha brillado por su ausencia en esa región del territorio. Los inaceptables niveles de pobreza en Pedernales y todo el Sur del país son responsabilidad del Estado y evidencian su ausencia manifestada a través de escuelas, hospitales, y demás bienes y servicios públicos deficientes (o inexistentes).
El consejo es siempre aprender en cabeza ajena. Pero sucede que ya tenemos ejemplo de un destino turístico exitoso que se hace acompañar de mucha pobreza y desigualdad: Punta Cana. A pesar del éxito indiscutible de Punta Cana, la provincia La Altagracia sigue siendo una carente de bienes y servicios públicos dignos. Pienso en el accidente del mes de octubre donde una guagua cargada de alrededor de 40 turistas se deslizó en la carretera Miches-Bávaro y resultó en la muerte de dos pasajeros por la poca disponibilidad de ambulancias. Así muchos ejemplos más.
A los dominicanos que viajamos al Este para disfrutar de sus hermosas playas se nos olvida pensar en lo que nos pudiera pasar si tuviéramos un accidente de tránsito parecido. Peor aún, se nos olvida que esa eventualidad para la que no estamos preparados y que consciente o inconscientemente decidimos ignorar es la realidad cotidiana de quienes viven allá. Por tanto, ni siquiera estamos hablando de aprender en cabeza ajena. De lo que se trata es de que como país evaluemos nuestro desarrollo hasta el momento y enderecemos en las cosas que lo ameriten. No permitamos que Pedernales se convierta en un paraíso hotelero para turistas mientras descuide a quienes provienen y viven allí.
La diferencia entre sostener un modelo de desarrollo que explote su entorno y su gente y lograr un desarrollo sostenible no es un asunto de palabras. Tiene que ver con el compromiso que tengamos con el futuro. Mientras tanto, queda felicitar a Jose Horacio Rodríguez de Opción Democrática que defendió los más de seis millones de metros de áreas protegidas que el gobierno quería regalar. A él las gracias por ser buen fiscalizador de la cosa pública y servir de contra peso frente al Poder Ejecutivo. No menos importante, quiero resaltar la ardua labor de la comunidad científica y de los grupos de ambientalistas, como el Grupo Jaragua, quienes alertaron y siguen alertando contra los peligros de un desarrollo a la brigandina en Pedernales y el país.
El desarrollo sostenible no es imposible. No es un concepto ambiguo, tampoco difuso. Requiere de una ciudadanía vigilante. Sobre todo, requiere de un accionar político comprometido con la ciencia, la defensa del medio ambiente y nuestra gente.
Lo que dice la gente