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De estereotipos y narrativas de gobierno

De estereotipos y narrativas de gobierno

¿Qué se busca con el ejercicio de la política? Es una pregunta que me hago a diario. Mientras más la pienso, más convencido estoy de que la política tiene que servir para construir un nuevo estado de ánimo colectivo. La política tiene que estar al servicio de la confianza en nosotros mismos y de nuestros sueños.

Mucho de lo que somos y de lo que hacemos está marcado por cómo nos pensamos. De ahí que la psicología juega un papel protagónico en nuestras vidas. Ese afirmación, sin embargo, no siempre juega a nuestro favor, en gran medida por el daño que ocasionan las amenazas provenientes de los estereotipos.

Los estereotipos son visiones simplificadas sobre las personas que por lo general se sustentan en prejuicios y mentiras. Esas ideas falsas no sólo condicionan la manera en que abordamos al sujeto estereotipado, sino también la manera en cómo ese sujeto se piensa en su entorno. Por ejemplo, un estereotipo peligroso comúnmente asociado al rendimiento escolar es que las mujeres son menos capaces que sus pares masculinos para realizar ejercicios matemáticos. Nada más lejos de la verdad, y sin embargo, es una idea que ha lastimado el rendimiento académico y que ha condicionado la vocación profesional de infinitas mujeres.

Ahora lo bueno. Los estudios demuestran que la diferencia en los rendimientos relativos de hombres y mujeres en las matemáticas no se deben a diferencias en las capacidades inherentes a los hombres o las mujeres. La brecha en rendimiento se debe al papel que juega ese terrible prejuicio carente de sustento en la psiquis de la mujer a la hora de realizar una prueba. Así, los académicos descubrieron que con sólo modificar las instrucciones del examen para eliminar la amenaza del estereotipo o condicionar de manera positiva el estado de ánimo de la mujer, aseguramos mejores rendimientos.

La pregunta que corresponde hacernos, entonces, es: ¿cuál es el origen de similares estereotipos? Respuesta: esos estereotipos nacen en múltiples espacios, pero se normalizan y se propagan con gran velocidad cuando el Estado los legitima mediante políticas públicas. Por ejemplo, un estereotipo que funge de barrera para las mujeres con aspiraciones profesionales es el estereotipo de la incapacidad gerencial de las mujeres. Las pensamos menos capaces de gestionar recursos y de nuevo, nada más lejos de la verdad. Tan falsa es esa idea que los Estados que buscan elevar la calidad de vida de sus ciudadanos mediante programas de transferencia monetarias tienden a darle el dinero a la mujer de la casa, no al hombre. Pero peor que la amenaza del estereotipo es el gobierno que le da sentido al estereotipo conformando un gabinete ministerial eminentemente masculino, o el gobierno que una y otra vez organiza un “manel” (panel masculino) sin darse cuenta del mensaje que le envía a las mujeres.

Así funcionan los países. Los países menos desarrollados son aquellos cuyos liderazgos políticos reproducen discursos cargados de estereotipos lesivos. Son aquellos donde las políticas públicas y las asignaciones presupuestarias, en lugar de despertar sueños, le comunican al pueblo que está condenado a la vida que tiene. De ahí que creamos una cultura de bancas de apuestas y golpes de suerte.

He ahí el meollo del asunto. Si queremos un país que le garantice derechos a todos y todas, debemos apostar por un liderazgo político que piense en las personas, que nos motive a ser mejores y que nos invite a soñar en grande.

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