por Ernesto Rivera
Con los muchos desaciertos que se toman en materia cultural en la República Dominicana es muy difícil sentarse a escribir sin perder el optimismo. Lo menos es insistir en alcanzar algún sentido para contrarrestar la mediocridad de la gestión cultural propuesta por el sector público y el privado. Será acaso que todavía sigue muy viva la cultura del club en el país. De esta premisa se desprenden otras dos: 1) que el principal objetivo de las instituciones culturales dominicanas es el entretenimiento (cultura sin ninguna trascendencia política); 2) que las entidades culturales necesitan una administración que replique los modelos empresariales.
La cultura del club resiste los diagnósticos. Sin embargo, un componente importante de los clubes es la arquitectura misma. Además de espacios de encuentro, los clubes son como lugares panópticos para la exhibición y el control social. Por la influencia de espacios como esos se explica quizás el desplazamiento del criterio personal por los de un colectivo social que busca las formas de imponerse. Los temas son nuevos cada lunes y los problemas se abandonan, se sueltan; están destinados a volver. Demasiadas personas en nuestro país viven sujetas a la valoración colectiva aún cuando vaya en detrimento de la integridad individual. Muchas agendas personales se resumen en las transiciones aceleradas entre bodas, entierros, cumpleaños y baby showers, y en medio de ese trajín la oportunidad perdida del autoanálisis1.
En los clubes, además de los grandes parqueos, gazebos y las terrazas para las fiestas, se necesitan tarimas para escenificar los programas de variedades que antes tenían las formas de comparsas, carrozas y reinados. Resulta sugerente pensar los fuertes vínculos de todas las manifestaciones de las artes y el diseño dominicano con la cultura del club. Por ejemplo, podría perfilarse cierta perspectiva de club en la moda dominicana o en diseñadores de interiores trabajando los espacios residenciales bajo el principio del montaje2. En la década de los ochenta, cuando varias de las universidades privadas empezaron a deshumanizarse y ofrecían (irónicamente) carreras de “artes y humanidades”, encontramos a la pujante clase media dominicana aspirando a ser miembro de un club o codearse con personas que socializaban sus beneficios. En contraste, para un grupo exponencial de personas, la popularización de una cultura del club fue posible a través de la televisión.
El club y la televisión
Posterior a los años inaugurales, ese período de efervescencia coronado con una Plaza de la Cultura majestuosamente construida sobre los terrenos de la mansión del dictador Rafael Leonidas Trujillo3, los programas de variedades al final del día y de fines de semana fueron una extensión democratizada de la glamorosa y multifacética cultura del club4: números musicales, entrevistas, farándula y sketch humorístico con poco o ningún tinte político. Estas cosas no ocurrieron sin poner en evidencia ciertas disparidades. Varias de nuestras celebridades femeninas destacaron por sus talentos para la comunicación luego de desfilar en bañador para certámenes de belleza. La cultura de la televisión, como una extensión de la cultura del club, siguió extendiéndose hasta ver llegar los concursos más disparatados, las risas falsas que facturan igual por radio y por televisión. Esa ocupación de cada momento libre fracturó los límites emocionales entre el espacio íntimo del hogar y los espacios públicos. El tiempo del encuentro familiar, el camino al trabajo, la hora del almuerzo o el silencio de la espera en un tapón pasaron a ser espacios de la venta y la glosolalia5.
A finales de los noventa la televisión profesionalizó su rol como medio de control político. El discurso de la globalización necesitaba un ejército de publicistas y diseñadores gráficos, expertos en crear estrategias de comunicación impactantes. Jóvenes dominicanos viajaron a México para visitar las instalaciones de Televisa en una suerte de excursiones costeadas por el acuerdo público-privado entre las empresas Telemicro y los gobiernos del PLD6. Por otra parte, la naciente cultura de las megadivas poblaba el cambio de siglo. Es decir, un cambio sustancial respecto a las décadas precedentes, porque los medios de comunicación fueron invadidos por personas que no tenían otro talento más que carisma o atributos físicos, aprendiendo sobre la marcha los rudimentos de su oficio flanqueadas por el contoneo de bailarinas. La cultura del club mutaba al vaciamiento de los contenidos y la imposición de las formas, y es esto a fin de cuentas la misma filosofía formalista que une a todas las carreras creativas en la República Dominicana.
El club y las universidades
La máxima aspiración del club es replicar las formas hasta el infinito, crear formatos poco complejos que sean agradables para toda la membresía. Esa predisposición a la fórmula simple permeó a las escuelas de artes y diseño del país que operan como negocios respondiendo a las necesidades de otros negocios, a veces localizadas en lugares paradisíacos7. Las personas estudiando arquitectura, interiores, publicidad, diseño gráfico o artes visuales pocas veces comparten experiencias educativas, mucho menos con otras disciplinas. Sin embargo, todos los currículums de esas carreras aisladas están redactadas con los mismos marcos teóricos8. Para el formalismo, las preguntas de propósito social no son relevantes o pasan siempre a un segundo plano. Las obras se bastan a sí mismas por sus cualidades técnicas y visuales, por su factura, sin entrar en consideraciones éticas o político-sociales. Los conceptos se entienden como explicaciones abultadas sin ninguna profundidad metodológica, imposibles de confrontar con la realidad.
Consecuentemente, en muchos proyectos inmobiliarios dominicanos los walk-in closets son más grandes que las habitaciones para las trabajadoras domésticas y no causa conflicto llamar en planos “cuartos de servicio” a esas habitaciones diminutas9. Es una arquitectura desprovista de humanidad proyectada como una superposición de espacios deshumanizantes. Hoy vemos la cultura del club en su escala urbana con las “ciudades creativas”, modelos de gentrificación que proponen pintar con colores vistosos los techos y las paredes de las casas amenazadas por el hambre. Santo Domingo creció amurallando con torres lujosas sus barrios pobres10.
El club y la política
La cultura de la que hablo no vive en el tiempo real sino en el de las películas11. Sobredimensiona lo visual como un vestigio de los trucos de cámara y las bambalinas. En el país del club se crea opinión exacerbando las emociones y reduciendo la cultura al entretenimiento. Extrapola todas las oportunidades de encuentro a la adrenalina de las rifas y de los concursos porque crea la falsa ilusión de que la democracia se incentiva en la competencia azarosa entre talentos. La cultura del club es nuestra marca país12. A partir de 2010, con la expansión huracanada del neoliberalismo y la mística extractivista de los grupos empresariales creando bloques y cotizando en la bolsa, podemos ver a los compadres y las comadres de la cultura del club migrando a otros contextos de lo social. Una expresión visible de su integración con la vida política y económica dominicana la vemos en la economía naranja de los Design Week RD. La cultura del club no hace distinciones entre Rafael Paz o David Collado. De hecho, sus perfiles son una creación televisiva.
Pasó el tiempo y con la popularización de las redes sociales el microclima del club arropó a toda la población dominicana. Las conductas neuróticas de la producción acelerada de contenidos crea figuras públicas al vapor, sean estas candidatos políticos o familias completas de instagramers; paga la opinión algorítmica con cuentas de bots, hace parte del periodismo sensacionalista, y exalta gestores culturales a los que solo les interesan las posturas en público. A la cultura del club le importa el cuánto más que el cómo de las cosas13. El primer mandatario, que es una persona instruida en los negocios, conoce perfectamente los alcances de las estrategias de comunicación. Lo hemos visto participar activamente en la cultura del club emitiendo decretos de cultura que son cheques en blanco para construir museos (otros museos) en los polos turísticos del país, o pintar murales como única expresión del arte público.14
El club y la justicia social
Pero ese esplendor cultural no puede existir sin sus injusticias. De acuerdo al autor Oli Mould en su libro “Against Creativity”, el poder creativo del capitalismo “no crea sino que apropia ofreciendo estabilidad a las voces disidentes por medio de incentivos financieros, reconocimiento, o incluso la promesa de sosiego del cansancio emocional y físico de prácticas constantes de resistencia. Pero haciendo así, la resistencia cesa sus prácticas desestabilizadoras: Se convierten en terreno fértil para cosechar más ganancias planteando que no hay otras alternativas”15. Los elevados niveles de angustia fruto de la precarización del trabajo cultural se benefician ampliamente de la mano de obra barata y de empleos de corto término para los que no se ofrece garantía de derechos laborales16. El incesante influjo de reclamos culturales en condiciones de franca inequidad terminan por alumbrar una generación ampliamente neurótica atrapada entre el deseo del placer cultural y los mecanismos de defensa contra la cultura del club. Esa generación no puede dialogar con las generaciones que la anteceden porque aquella está narcotizada por la nostalgia de sus años de esplendor, las semblanzas y los acrósticos con sus nombres. Ese grupo de agentes culturales no sabe conversar sin referirse a sí mismos y a sus logros en la historia, construye muy poco con la agencia que tienen y no permiten un relevo generacional a tiempo.
La pandemia ha planteado muchos retos menos el de revisar nuestros esquemas de trabajo17. Todo sigue igual, o al menos eso parece. En medio de ese movimiento incesante de las fichas de nuestro dominó cultural, el Ministerio de Cultura Dominicano tiene la difícil tarea de aparecer ante la opinión pública como una institución relevante pese a que no ha sido capaz de articular propuestas que contrarresten el elitismo excéntrico de la cultura del club. La falta de tacto de los formalistas dentro de la institución condiciona las acciones del Ministerio desde su fundación y hasta la conformación del Consejo Nacional de Cultura18, un grupo mixto de personas sin experiencia en gestión pública o con demasiados intereses. Como los grupos empresariales dominicanos habitualmente no gustan pagar la totalidad de sus impuestos y prefieren apadrinar las instituciones públicas, la Dirección General de Bellas Artes se quedó sin presupuesto para operar antes de la mitad del año19. Su única alternativa ha sido la autogestión recurriendo a las estrategias administrativas de un club para continuar los programas. Por ejemplo: Ofreciendo en trueque las certificaciones del cargo político, diluyendo el significado social de palabras como cultura y arte, sirviendo de comisaria (de forma nominal) para una exhibición que mostrada dentro de una iglesia en Venecia resta importancia con romanticismo sacramental y retórica espiritualista la vergonzosa disparidad social20 de nuestro país. Se crea la falsa ilusión de un programa cultural que es ineficaz por excluyente y finalmente promueve a escala internacional la instalada cultura del club dominicano21. ¿Cómo viviremos juntos? Cuando la arquitecta a cargo del proyecto dice que participar en una Bienal Internacional constituye un acto de fe, es preciso preguntarse en quién está puesta esa fe y a dónde nos lleva tanta herejía cultural.
1 Isabel Lorey habla en su libro “State of Insecurity” (Verso Books, 2012) sobre los estados de precarización refiriéndose a los textos de Foucault sobre el arte de la gobernanza que produce una falsa interioridad, reflejo exterior de una relación pastoral de la obediencia colectiva.
2 Fue una actividad por muchos años el festival “Mesas Esplendorosas”, aunque al decir montaje me refiero a proponer espacios que funcionen como fotos para publicar en revistas: casas instagrameables.
3 El Trujillismo se deleitó en la cultura del club. Las instituciones no han asumido su responsabilidad de hacer una necesaria revisión de los procesos dictatoriales y sus efectos en el escenario cultural dominicano. Considero que una Plaza de la Cultura construida sobre los terrenos de la Estancia Rhadames es una alegoría del estado de la cuestión cultural dominicana, donde las estructuras de trabajo de cara a los públicos distan muchas veces de ser democráticos. Ver más aquí https://elpais.com/diario/2000/04/30/internacional/957045608_850215.html
4 Las señoras querían ser como Charytín Goyco o Cecilia García.
5 “24/7, Late Capitalism and the Ends of Sleep” por Jonathan Crary, 2013
6 Una reseña de 2013 puede leerse aquí https://listindiario.com/entretenimiento/2013/11/05/298308/jovenes-que-van-a-mexico
7 Recuerdo que para mi la universidad fue el primer lugar en donde había de forma permanente energía eléctrica y aire acondicionado. Y me imagino que algo similar pasa en una sustancial generación de artistas dominicanos que estudiaron en espacios completamente ajenos a la realidad del país.
8 Todas sienten nostalgia por la Bauhaus. Todas inician por Wucius Wong. Creen que la magia de un logo o la psicología de los colores va a resolver las crisis de identidad.
9 ¿Acaso no eran estos mismos arquitectos quienes fantaseaban con una isla artificial llena de rascacielos frente al malecón de Santo Domingo? Es el formalismo de la cultura del club, el mismo formalismo de las profesiones creativas, la razón por la cual el interiorismo dominicano está obsesionado con los espejismos hasta el punto de mentirse a ellos mismos promoviendo una cultura del diseño con nula capacidad de transformación social.
10 Ni siquiera las campañas sanitarias escapan cuando las campañas de vacunación trascendieron porque iniciaron con quienes podían pagar la membresía de un club.
11 Paul Virilio
12 La misma empresaria que en el documental “Isla de Plástico” (José María Cabral. Cacique Films, 2019) aparece evadiendo la responsabilidad de su empresa en la contaminación medioambiental del país vuelve a resurgir en un rebranding de 2021 como jurado de diseño en el programa televisivo Marca País. ¿Qué quieren decirnos con estas cosas los productores de ese programa?, ¿Cuál es el tipo de diseño que promueven y qué consecuencias tiene?
13 A esa conclusión llega el educador cubano José M. Fernández Pequeño en su artículo “La dictaduracia latinoamericana” (2012) refiriéndose a la “banalización de las oposiciones y las perspectivas divergentes a través de la compra de voluntades (…) el ejercicio institucionalizado de la mendicidad” de la democracia nuestra. La dictaduracia es una dictadura en forma de democracia.
14 Esto a partir de lo que podemos leer en el decreto presidencial 205-21, en donde se habla de conceptos como “marca ciudad” citando que se están siguiendo ejemplos de América Latina y Europa. Lo cierto es que todos estos modelos que ya tienen cerca de 20 años y ahora están siendo seriamente cuestionados por asuntos como los efectos destructivos en el tejido social, desplazando comunidades, trayendo turistas y elevando los costos inmobiliarios.
15 “Against Creativity”(Verso Books, 2018) por Oli Mould (p.15).
16 El gobierno dominicano quiere abrir el Museo del Azúcar cuando hay un grupo de trabajadores de la caña que lleva años de lucha social desatendidas. El gobierno dominicano quiere abrir museos cuando tiene cuentas pendientes con empleados del Ministerio de Cultura que llevan meses demandando el pago por trabajos hechos.
17 Pudo ser, por ejemplo, una buena oportunidad para hacer inventarios de lo que está. ¿Dónde está la colección permanente del Museo de Arte Moderno o del Museo de Historia y Geografía?, ¿Dónde están los inventarios en línea de nuestros bienes culturales? Ni hablar del fracaso de la 29 Bienal Nacional de Artes Visuales.
18 De acuerdo a la Ley No.41-00, la conformación del Consejo Nacional de Cultura es la primera tarea de la Dirección del Ministerio de Cultura. En el actual gobierno, el Consejo no se conformó hasta meses después de asumir el cargo. La primera tarea del Consejo, según la misma ley, es definir las políticas culturales de la nación.
19 https://www.diariolibre.com/revista/por-falta-de-recursos-financieros-bellas-artes-suspende-actividades-BL25843112
Lo que dice la gente