No se puede pedir ser valiente cuando no funcionan o no existen políticas esenciales para que la valentía sea algo más que una trinchera.
“Sé valiente y denuncia”, suena como mantra que se invoca y se repite una y otra vez. Como se invoca todo lo sagrado y lo divino. Como si repitiéndolo, desaparecerá el grave problema social, económico y jurídico que representa la violencia de género. Pero es un mantra que se comienza a quebrar, o la quiebra a ella, a la sobreviviente, a la potencial víctima, cuando, en efecto, decide denunciar y acudir al sistema de justicia.
Previo a la decisión de denunciar, ya todos los sistemas le fallan a la sobreviviente de violencia:
i. El sistema familiar, sobre todo si se trata de la familia del agresor, les dice “no lo hagas, piensa en que tus hijos necesitan de su padre”; y es muy probable que lo que al inicio era una actitud de comprensión y apoyo, se vaya transformando en aislamiento y acusaciones. Por el contrario, en la decisión y acción de denunciar, el acompañamiento de la familia es esencial; de hecho, la actitud de apoyo del entorno familiar influirá positivamente a lo largo del proceso. Es clave para que el proceso fluya y concluya y, luego, la sobreviviente -y, si los hay, sus hijos- recupere su vida.
ii. El sistema religioso le dice que ore por sabiduría, porque la mujer íntegra construye y edifica su casa, no la destruye. Se inserta la culpa en la mujer, así como la carga sobre la estabilidad familiar, con un discurso que repercute de tal manera en su vida que llega a creer que sobre sus propios -y solos- hombros es que se debe sostener la estructura violenta de su hogar.
iii. El sistema compuesto por su círculo de amistades, los de ella y los del agresor, para quienes “en pleito de marido y mujer, nadie se debe meter”. Con más que menos frecuencia, dudan de ella: “¿estás segura?” “¿Qué hiciste para que él reaccione así?”. Las van dejando solas. La realidad es que para ser valientes se precisa de una red de apoyo fuerte. Esta red será esencial para acompañar a una sobreviviente de violencia en el tortuoso camino que le espera desde el momento en que es consciente de que debe romper otro círculo, el de la violencia.
iv. El sistema laboral le saca en cuentas las ausencias por el tiempo dedicado al proceso y/o a la carga de responsabilidades que se le suman si tiene dependientes que atender sola, hasta prescindir de ella. Si la violencia sucede en el espacio laboral, ella podrá exponerse a falta de apoyo institucional, incluso aun si la entidad cuenta con políticas internas para sancionar la violencia; y, con eso, a represalias que van desde el rechazo de colegas, hasta perder su trabajo y, así, su capacidad de sostenimiento económico durante el proceso.
v. El sistema de medios y comunicaciones, influencers, redes sociales, la revictimiza, la viraliza y la descalifica: “lo que quiere es dinero”, “está celosa”, “ella se lo buscó”, “ese hombre se ve muy decente y educado”, “ni bonita es”, “mira cómo se viste”, “está mintiendo”, “ha manipulado a sus hijos”. Esto porque los patrones socioculturales que prevalecen son discriminatorios y, con frecuencia, cuestionan la credibilidad de las sobrevivientes y víctimas durante el proceso penal.
vi. Peor aún, el propio sistema de justicia la expone, la estigmatiza, la revictimiza, la culpa de elegir acudir a la justicia “en vez de buscar terapia familiar”. He trabajado con algún caso donde una niña de 9 años, siendo cuestionada por un juez ante la denuncia que ella misma hace de incesto, este le increpa: “las niñas que dicen mentira no van al cielo”.
Un fenómeno ignorado por el sistema de justicia, es el uso que los agresores dan a procesos judiciales para legitimar actos de violencia de género; y lo efectiva que se ha vuelto esta estrategia que, puede contar con el respaldo de complicidades internas… Si operadores de justicia continúan desconociendo las razones de género en las que se sostiene esta forma de violencia, superponiendo sus propias pre comprensiones personales y fundamentalistas de la vida y de la espiritualidad, será imposible implementar un sistema integral que cambie el foco y coloque en su centro a las sobrevivientes de violencia, que no al agresor sometido a la justicia.
vii. El sistema político, el mismo que pregona el mantra aquel, es el que se niega a aprobar una legislación y políticas públicas que permitan abordar de manera integral la violencia de género, es el que considera que institucionalizando mujeres sin garantizar medidas de protección efectivas. Es el mismo que se niega a implementar un sistema educativo con perspectiva de género, aunque a la vista de todos las niñas son abusadas por sus profesores o sus pares, “populitizando” una distorsionada y maliciosa idea de conceptos como el de “género” para obstaculizar la materialización de los ideales de igualdad.
Es el mismo sistema que, luego de que una niña es violada, obligada a abandonar sus estudios por distintas consecuencias que incluyen un embarazo a temprana edad, también es obligada a parir, condenada a profundizar la pobreza y a reproducir todos esos patrones, probablemente bajo la misma sombra de su violador, quien impunemente sigue andando, ese sí, valientemente -o cobardemente- porque la denuncia no se hizo o no prosperó, porque todos los sistemas le fallaron.Quise escribir hoy porque el mantra aquel me hizo evocar a Sabina -sí, al mismo Sabina- y tararear: “Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena”…
Lo que dice la gente