“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”
Eduardo Galeano
Soñar no es suficiente. La utopía necesita estrategia, acción y disciplina. Los que movilizaron la campaña del 4% para la educación lo hicieron convencidos de la nobleza y necesidad de la causa. ¿Quién podría oponerse a comprometer al Estado con mayor inversión en educación? El país se llenó de sombrillas amarillas, la sociedad se ilusionó ante lo que hasta las elecciones del 2012 parecía una fantasía y los candidatos en campaña, prometieron y cumplieron. Desde entonces el PIB* dominicano ha crecido casi un 30% (de 60.68 mil millones de dólares en 2012 a 88.94mil millones de dólares en 2019) y el 4% del mismo ha sido destinado al Ministerio de Educación. Los políticos que se comprometieron con la medida, lo hicieron a cambio de votos y popularidad. La sociedad que la exigía, porque pensaron que sería el comienzo de la resolución de los problemas educativos. Cometieron un error muy común: confundieron correlación con causalidad. Aunque sin dinero no puede haber un sistema educativo exitoso, solamente dinero no garantiza mejor educación. Miles de millones más tarde y a pesar de avances en infraestructura y algunos programas sociales de valor, el sistema educativo dominicano sigue siendo débil, turbio y ajeno a los problemas y oportunidades nacionales. A diez años del 4% es evidente que lo que pareció una victoria ciudadana, en realidad fue una victoria política.
Las metas que un gobierno propone reflejan su comprensión de las debilidades y fortalezas de la nación y son consecuencia directa del orden de las prioridades con la que se enfrenta la gestión. Hemos tenido gobiernos que han priorizado el desarrollo urbano, otros la producción agrícola y otros la salud y eficiencia del tejido empresarial. No es difícil identificar el foco estratégico de un gobierno. Un cruce entre el discurso y la inversión proporcionará claridad inmediata sobre cuáles metas y aspectos de la nación considera importante. La sorpresa es que ningún gobierno haya reconocido públicamente la urgencia de desarrollar talento como principal motor de su gestión y agenda pública. Una relación tan obvia entre el desarrollo de las personas y el desarrollo del país, parece ajena para los políticos y tecnócratas. La incapacidad de los gobiernos para reconocer que la formación profesional, cívica y moral de sus ciudadanos es la principal herramienta de transformación parece responder a la naturaleza democrática de los períodos gubernamentales y la necesidad de retener capital político. Comprometerse con objetivos que trascienden el período de gobernanza resultan poco prácticos y sin retorno político.. “Eso toma 15 años” me comentó una vez un funcionario público ante mi reclamo, “tenemos que comenzar por las cosas que podemos hacer en cuatro”.
Imaginen los lectores un escenario hipotético donde todos los ciudadanos de la República Dominicana amanezca mañana con niveles de formación profesional, cívica y ética al mismo nivel que los países líderes en esos renglones. Ahora imagine, en dicho escenario, ¿cuáles de nuestros problemas actuales desaparecen inmediatamente y cuáles permanecen? ¿qué impacto tendría tal milagro sobre nuestra economía, medio ambiente y las vidas de los ciudadanos? Por último, querido lector, imagine que pudiéramos acordar y predecir que el 7 de marzo de 2037, justamente en 15 años, ese día podría ser una realidad cercana, si asumimos hoy la educación con el mismo afán con que soñamos los 10 millones de turistas o duplicar la economía o ser el país de mayor crecimiento económico en la región. La economía es importante solamente si impacta positivamente la vida de las personas y somos capaces de distribuir la riqueza de una manera justa, de lo contrario, es un juego numérico para inflar el ego de las élites responsables de tal crecimiento.
Nuestro mundo globalizado, si logra sobrevivir a los actuales conflictos geopolíticos, avanza hacia la automatización.. Millones de empleos serán reemplazados por máquinas y algoritmos, con más riesgo para los que dependen de tareas manuales y precisas como la manufactura, la construcción, el transporte y la agricultura. Para los países como la República Dominicana, una política clara de formación de talento es una necesidad urgente.
Esto no es solamente tarea del Estado, sino también del sector privado, que es quien más necesita de buen talento y más sufriría las consecuencias de no tenerlo, y de la sociedad civil. Sin empresas no hay desarrollo ni bienestar. Sin talento no hay empresas. Sin cívica no hay ciudadanía. Sin educación no hay sociedad. Pero así como el sector privado no ha logrado unificarse alrededor de la problemática, el sector público parece no haber comprendido la intersección histórica en la que nos encontramos y no ha sido capaz de proyectar los posibles escenarios en el futuro inmediato de la República Dominicana, tomando en cuenta el contexto global, las acciones de los demás países y otras variables en el juego estratégico. Hay preguntas inevitables ¿Qué cuesta más al país, invertir hoy en formar docentes y exigir profesores de calidad u otra década de docentes deficientes? ¿Qué es más caro, incluso políticamente hablando, cumplir los pactos educativos existentes y enriquecerlos o seguir mirándolos como burocracias innecesarias?¿Cuál sería el impacto en los demás objetivos estratégicos si logramos un sistema educativo de calidad? ¿En 15 años, qué impacto tendrían mejores docentes en la creación de empleos y la reducción de la pobreza? Con un sencillo análisis estratégico resultaría evidente que la educación y retención de talento de calidad es nuestra única estrategia dominante. No basta con hacer crecer la economía ni fortalecer el sistema judicial sin comprometerse, de manera absoluta, con la educación. Todos los demás objetivos financieros, comerciales, económicos y sociales, serían más fáciles y más baratos de lograr si elegimos la educación como estrategia.
Uno de los técnicos del Ministerio de Educación con quien conversé para este artículo afirma que “nunca habíamos visto una crisis educativa tan grande como la actual” y ruega por la “despolitización de las decisiones territoriales y la descentralización de las acciones en las escuelas”. Es frustrante y misterioso que sigamos sin comprender la relación entre la educación y el desarrollo y que no seamos capaces de ver las acciones inmediatas que debemos tomar como nación. Sin profesores de calidad, motivados y comprometidos con la enseñanza, no hay posibilidad de lograr las metas educativas. Un input deficiente (el profesor), siempre producirá un output mediocre (el estudiante).
Si se tienen aspiraciones de ser un gobierno transformador, como varias veces se ha declarado, hay que asumir con seriedad y convicción el compromiso con el desarrollo de docentes y la formación de talento, en vez de continuar arrojando dinero al problema y entenderlo como deber cumplido. La formación integral de personas debe ser el centro de una visión-país bien comunicada y compartida por todos. Debemos colocar la formación de personas como principal eje temático de la conversación pública. Necesitamos criterios y metas claras, que la remuneración de los profesores esté atada a resultados y no a presiones sindicales. Necesitamos monitorear y comunicar a la ciudadanía las necesidades educativas por área, que presentan mayores oportunidades y tienen mayor demanda. Necesitamos que el Estado envíe un mensaje fuerte y claro sobre cuál es la visión que tienen para el país y que garantice los mecanismos de continuidad en los planes y objetivos, así como en la gestión del Ministerio de Educación.
Pongamos la educación de moda y adoptemos, de manera obsesiva, el compromiso de lograr un objetivo concreto y medible: que en 2037, la República Dominicana sea el país con el mayor incremento en el desempeño educativo de toda la región.
Un gobierno que mide su éxito exclusivamente con indicadores económicos, demuestra que no comprende las aspiraciones de los ciudadanos ni el rol del Estado. Lo que falta no es dinero, es visión, convicción y voluntad política.
Lo que dice la gente